Entre Sitges y Barcelona

8 septiembre, 2015 § 3 comentarios

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Los días de Sitges fueron de relax y nos permitieron recuperar un poco las energías consumidas los días que estuvimos en Madrid, Lisboa y Oporto y Santiago de Compostela, donde caminábamos casi sin descanso.
Llegamos al aeropuerto de Barcelona y de una vez tomamos, allí mismo, un autobús hasta Sitges. Nuestro amigo Alberto Cundancín nos esperaba en la parada. Llevamos las maletas a la casa y salimos a pasear por el Boulevard de la playa y por las concurridas calles de Sitges.

Probé la temperatura del agua del Mediterráneo y me sorprendió que estuviera tibia como una sopita, como las del Caribe venezolano.

El sol se ponía en ese  momento y los colores del atardecer bañaban el paisaje de hermosos colores. El palacio de Maricel lucía imponente contra los tonos azules del cielo y el mar.

12A la mañana siguiente, nos fuimos a las piscinas de masajes de un gimnasio de Sitges que nos cayeron como agua bendita. Después de 15 días caminando casi 10 horas diarias, esos potentes chorros en espalda y hombros realmente nos revivieron. En la tarde, después de comer, fuimos un rato a una playita de aguas tibias y cristalinas. Nada que ver con las bellas pero gélidas playas de Oporto y Santiago de Compostela. En el Mediterráneo uno puede zambullirse con confianza.

Para cerrar la noche, hice una fideuá con langostinos, calamares, chipirones, almejas y mejillones de la que no quedó ni rastro.

Dos días de la estadía por esas tierras del Mediterraneo y el piquito del último día, se los dedicamos a Barcelona. Caminamos el Parc del Centre del Poblenou inaugurado en el 2008 y diseñado por arquitecto francés Jean Nouvel, el mismo arquitecto que diseñó la torre Agbar, Ese edificio fálico y tornasolado que se distingue dese diferentes puntos de la ciudad.

18Fuimos al museo del diseño y visitamos la Caixa Forum para mirar interesantes exposiciones de fotografías entre las que me impresionaron una sobre mujeres de la guerrilla con testimonios de guerrilleras latinoamericanas y la de Sebastián Liste, fotografía documental de la situación de las cárceles en Venezuela.

Paseamos por el Barrio Gótico que siempre es una delicia, disfrutamos de plaza Catalunya, fuimos a Les Encants, ese mercadillo de cosas usadas, artículos de anticuarios y mercancías nuevas con un espectacular techo de espejos que reflejan y reproducen el maremágnum de compradores y vendedores, junto a la torre Agbar.

El paseo a Montjuic nos dejó boquiabiertos con su monumentalidad impactante. Fuimos al teatro de la Ópera,  a pasear por la concurrida playa de la Barceloneta donde no cabía un alma más. También fuimos antes de tomar el bus para París a caminar por Arco deTtriunfo 46que está cerca del terminal.

El verano en Barcelona, como en el resto de Europa, es una ocasión para disfrutar a plenitud de los espacios públicos. Por todos lados hay gente que pasea, descansa, camina despreocupada. Gente que disfruta las ciudades, que tiene la posibilidad de pasar horas al aire libre gracias a la gran cantidad de espacios que han dedicado para el esparcimiento de los cidadanos y a la posibilidad de sentirse seguro y resguardado. Algo que sin duda, nos deja un poco de envidia a los venezolanos azotados por la delincuencia que nos somete al claustro de ir del trabajo a la casa y de la casa al trabajo. Con miedo y sin mayores posibilidades.

La noche antes de tomar el autobús a París, fuimos a conocer El Comodín un pequeño bar en Sitges, el más antiguo de los bares gays de España, con un divertido 78show de travestis. Cuando quien atiende la barra se enteró de que éramos de Venezuela, nos dijo que en el show había un venezolano, pero por esos días se encontraba de vacaciones.

El Comodín no me decepcionó, desde que vi un programa sobre Barcelona, un documental de viajeros en el que hablaban del pequeño antro de Sitges, quise conocerlo y ver el show.
Al salir del bar, me sorprendió encontrar las calles del pueblo desoladas. Nada que ver con la imagen que uno tiene de Sitges de ser una ciudad que nunca duerme en verano. A las dos y media de la noche, Cristian, Alberto y yo éramos de los pocos seres humanos que deambulaban por las calles de Sitges.

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