Stilettos rojos

12 junio, 2022 § Deja un comentario

«Muere prostituta al caer en la tina y golpearse el cuello con el grifo», pone la escueta nota de sucesos en el periódico local.

Sus stilettos eran rojos, aunque en la fotografía blanco y negro del periódico no se aprecia. Estaban desgastados de tanto trajinar la madrugada entre borrachos y drogadictos bajo el puente de Vallecas, buscando clientes.

Yo ya estaba harto del ruido del taconeo en la madrugada, del sonido del agua en la ducha cuando empezaba a conciliar el sueño y del escándalo de las discusiones con los clientes que regateaban, luego de ver satisfechas sus apetencias de sexo amanecido.

Se lo advertí muchas veces: Marylin, un día vas a acabar mal, terminarás con la cabeza estrellada contra una mesa o contra el grifo.

Es que las discusiones solían tornarse violentas en muchos casos y sobre el techo de mi habitación se sentían los golpes y las caídas al suelo.

Pero esa noche tenía mi nivel de tolerancia en mínimo. Tenía un dolor de muelas que no me dejaba dormir. Cuando logré conciliar el sueño, luego de dos Zolpiden y un porro, me despertaron los gritos y los golpes. Le di fuertes toques al techo con el palo de la escoba, pero no había caso. Ni se enteraron de mi protesta.

Cuando subía por las escaleras, dispuesto a poner fin a mi mala noche, vi que un hombre de mal aspecto, que dejó en el rellano su tufo de alcohol barato y tabaco, tomaba el ascensor, dejando la puerta del piso abierta.

Entré. Marylin estaba en el baño con la puerta entornada. Se disponía a tomar su ducha, malditas duchas a deshoras. Se había quitado un zapato y lo sostenía en la mano, cuando me vio.

Sin mediar palabra, le arrebate el zapato, vi las uñas de sus pies en el mismo tono rojo del calzado. El dolor de muelas estalló haciendo que todo se pusiera del mismo color rojo. Con todas mis fuerzas, le golpeé el cuello con el stiletto.

Ella cayó en la tina, golpeándose, en efecto, la nuca contra el grifo, como describía la noticia.

Mi dolor de muelas desapareció al instante. Prometo que fue más efectivo que tomarse dos pastillas de Enantyum.

____________________________________________Golcar Rojas, ejercicio narrativo para el grupo de fb La disidencia, pasión negra.

La Hendija

15 octubre, 2020 § Deja un comentario

Soñó que sus dientes se aflojaban y se soltaban. Pasaba la lengua sobre sus muelas y las jalaba hasta que se desprendían. Las manos se le llenaban de un amasijo de dientes y muelas, en una sopa de saliva sanguinolenta.

            Despertó con cierto desasosiego. Desconcertada. Como quien ha tenido, más que una pesadilla, una anunciación, un mal agüero.

            Recordó inmediatamente el sueño y la superstición que su padre le contó que tenía su madre: Es malo soñar con dientes. ¡Peor, si sueñas que se caen! ¡Trae desgracia!

            Son esas pastillas para dormir. Debo cambiarlas. Siempre tengo pesadillas.

           Anne salió de la cama. Se sintió tranquila al comprobar que en su piso todo seguía como siempre. Poco ha cambiado en su vida en los últimos 30 años. El mundo cambió de una manera rápida y ella apenas ha tenido chance de notarlo.

            Anne es de las que en su tiempo llamaron «Millennials«. Nació con el siglo. El 01 de enero del 2000, vio su primera luz, cuando amanecía el siglo. Su mamá decía que no sabía si había llorado o se había carcajeado, cuando la sacaron de su vientre. Un parto por cesárea, programada desde su concepción. No pienso sentir dolor, dijo una vez le dieron el positivo del test. Nacerá por cesárea.

            Cuando Anne nació, el internet formaba parte de su cotidianidad. Un gran porcentaje de su día a día transcurría virtualmente. Entre pantallas de celulares, ordenadores y televisores. Tenía amigos muy queridos a los que sólo conocía virtualmente. Era la época de 2.0.

            Puso sus pies sobre la alfombra y comprobó que seguía siendo mullida y cálida. Estaba hecha con un material biotecnológico mezclado con Pestaliopsis Microsporas, un hongo que hace biodegradable al poliuretano base y que modificaron genéticamente para repeler gérmenes y bacterias.

La temperatura se mantenía estable todo el año gracias a los acondicionadores de aire. Aunque afuera nevase o hiciera un calor infernal, dentro siempre estaba a 23 grados. El aire acondicionado se autorregulaba. Su apartamento contaba con un aparato de respaldo que se activaba inmediatamente en caso de averías. Anne ni siquiera notaba si había algún percance. Su compañía de seguros se encargaba de mantener todo en orden.

            Se asomó al cuarto de juegos de su hijo de seis años y suspiró aliviada al verlo jugando a los columpios con su ordenador de realidad virtual. Sabía que era a los columpios por el chirrido característico de las cadenas de su infancia en el parque y los murmullos y ruidos del ambiente; aunque la pantalla era sólo un muaré que repetía, en líneas horizontales, el antiguo cuadro Ter Ur NB, de Vasarely, que tenía su padre en el estudio y al que de niña podía pasar horas contemplando y viendo como los puntos se movían y parecía que los grandes se comían a los pequeños.

            En su casa se sentía a salvo. No necesitaba salir para nada. Desde la pandemia del 2020, que hizo que todo el mundo terminara confinado; Anne no volvió a saber lo que era la calle. Nunca le atrajo mucho el mundo exterior, así que el encierro por el virus, más que un tormento, significó cierto alivio para ella. Ya no tenía que buscar excusas para justificar su escaso deseo de salir de casa, donde vivía con su padre; programador de computación, quien le transmitió a Anne todo su conocimiento. A los 18 años, ya era experta en programación y había desarrollado con relativo éxito varias aplicaciones.

            En la tercera oleada del virus, su padre, quien solía salir a la calle a dar entrenamientos en hospitales y bancos sobre el manejo de Internet y programación básica, contrajo el virus. Fue fulminante. Al presentar las primeras décimas de fiebre, llegaron los policías sanitarios, con trajes hechos con el mismo material de la alfombra, pero más fino, más maleable, de modo que la ropa fuera liviana y confortable. Las botas eran de seguridad, recubiertas con el mismo material bioprotector. Un derivado del petróleo que se hizo accesible, porque el precio del crudo tenía años en baja, por lo que los científicos se abocaron a desarrollar las energías alternativas como la eólica y solar, que hasta entonces eran más una ilusión que una realidad, debido a que los países productores de petróleo impedían su desarrollo, porque los haría tambalear. Al perder valor el crudo, las energías alternativas se convirtieron en el nuevo filón comercial en la nueva era. Los derivados del petróleo se empezaron a usar mayormente en equipos de bioseguridad a gran escala y bajos precios.

            Anne recordaba su pánico al ver entrar a los cinco hombres. Lo que más le impresionó fueron sus cascos y máscaras con mangueras y el ruido que hacían al   respirar el aire que provenía de unas bombonas de color azul eléctrico, que colgaban en sus espaldas, como mochilas.

            A los diez días, le trajeron, en un envase de cerámica, las cenizas. Su padre tenía 45 años. Esa oleada del virus se ensañaba con la gente entre los 35 y los 50 años. Como el Covid-19  lo hizo en su tiempo con los ancianos. Esta vez, afectaba el corazón, produciendo inflamación del miocardio, arritmia y un infarto fulminante. Cuando ya se presentaba la fiebre, era poco lo que se podía hacer. La mayoría moría en pocas horas.

            Ya entonces Anne trabajaba en la misma compañía que su padre. Cuando éste murió, ella asumió su cargo. Teletrabajaba. La empresa, desde la primera oleada del virus, empezó a tener a todo su personal teletrabajando. Lo mismo hizo la mayoría de las grandes corporaciones. Eliminaron el trabajo presencial en oficinas y mantuvieron a todo el personal laborando desde casa.

            Las campañas publicitarias contratadas por gobiernos y las empresas con las que se asociaron, le explicaban a la gente que las corporaciones lo hacían para proteger a sus trabajadores. Que el virus no se había podido controlar. Aunque algunos sospechaban motivos ocultos para tanta previsión. Decían que, en realidad, a las empresas y a los gobiernos no les importaban las vidas de la gente, únicamente buscaban mantener una apariencia de preocupación y evitar que las imágenes de hospitales colapsados por los enfermos, transmitieran la sensación de un Estado incompetente.

            Cuando se encontró la vacuna para el Covid-19, empezó una nueva cepa. El Covid-20/21; luego el Covid-XL21. El confinamiento se hacía de forma intermitente. Y los periodos de encierro eran cada vez más prolongados.

            Las grandes compañías, como la de Anne, vieron lo rentable que les resultaba el teletrabajo. Cerraron espacios. Vendieron edificios. Se ahorraron seguros inmobiliarios, gastos de traslado, bonos de transporte. Ahorraron millones en nóminas al despedir al personal de limpieza y mantenimiento. El ahorro fue tan significativo que le aumentaron los sueldos a sus teletrabajadores, quienes resultaron, además, más productivos al estar confinados en sus casas; pues preferían trabajar que aburrirse sin hacer nada.

            El mundo empezó entonces a cambiar. Quienes tenían teletrabajos, cada vez tenían menos necesidad de salir al exterior. La vida era virtual. Todo a través de pantallas y hologramas 5DX que ya empezaban a transmitir también sensaciones. Las empresas empezaron a construir un mundo subterráneo, con túneles y galerías que conducían a hospitales y clínicas privadas, para que sus trabajadores no corrieran riesgos de exposición al virus. Los espacios eran fumigados tres veces al día. En las máquinas fumigadoras introducían, además del ozono y el oxígeno, ansiolíticos asperjados en micro partículas respirables que hacían que la gente controlara el pánico y la ansiedad producto, por un lado, del confinamiento y, por otro, del miedo a salir. El síndrome de la cabaña fue el trastorno más tratado en las consultas psiquiátricas.

            Al quedar sola, Anne empezó a tomar pastillas para dormir y antidepresivos que le recetaba su médico de cabecera vía consultas on line y agregados a su tarjeta electrónica sanitaria. Los medicamentos le llegaban, como todo: la comida, la ropa, los equipos electrodomésticos… Todo, por envíos Courier, los cuales se aseguraban de enviar hasta lo más mínimo en bultos desinfectados y empaquetados al vacío, con todos los sellos de seguridad biomédica exigidos por la ley.

            Anne contempló un rato al niño y antes de salir del «parque”, como llamaban a esa habitación desde que empezó el confinamiento; observó que la grieta en el vidrio blindado de la ventana se hacía más larga. Tengo que avisar para que reparen ese cristal. Vio, o creyó ver a través de la hendija, las sombras de un grupo de personas. No le dio importancia, lo que sí le pareció extraño era que no hubieran llamado de la compañía de seguros para reportar la rotura. Toda la casa estaba bajo un sistema de vigilancia y alarma vía satelital, que reportaba inmediatamente, cualquier desperfecto. Los gobiernos todo lo tenían bajo estricta vigilancia satelital. Aseguraban que lo hacían por la tranquilidad de la gente y para mantener la paz. Cualquier desperfecto era atendido de inmediato, los trabajadores llegaban a repararlo, sin necesidad de llamar. Por eso mismo, Anne, no le había dado importancia a la rotura. Si fuera algo serio, ya habrían venido.

            Anne nació en un extendido mundo virtual. Internet era parte importante de la vida. Creció con Instagram, Twitter y Facebook en pleno apogeo y llegó a ser lo que para la época se consideraba influencer, una gurú del mundo cibernético.

            Pero eso era historia. Ahora, Anne se manejaba en un mundo de realidad virtual donde las redes sociales se desarrollaban por videos en 3D y hologramas 5DX. Ambos transmitían, además de imagen y sonido, olores y algunas sensaciones táctiles que le daban aún más solvencia real. La gente se conocía por videos, se relacionaba a través de éstos. Tenían incluso sexo satisfactorio por medio de programas virtuales que les proporcionaban orgasmos tres veces más potentes que los experimentados en carne y hueso.

            Pero Anne nunca tuvo mayor atracción por el sexo. Cuando chica, conversaba con amigas y se preguntaba por qué ella no tenía esas ganas de las que hablaban las chicas. No experimentaba esas sensaciones de placer que sus compañeras describían al estar con muchachos o con otras chicas.

            En algunas oportunidades se masturbó, como le habían dicho sus amigas que lo hacían; pero la sensación no fue la bomba que ellas narraban. Apenas sintió un cosquilleo y una mínima sensación de caída al vacío, agradable, pero no para tanto. Lo intentó algunas veces más, con el mismo resultado. Entonces se dio cuenta de que no le interesaba el sexo ni con hombres ni con mujeres. Pasaba de todo lo que tuviera que ver con eso.

            Buscó en Internet y descubrió que ella era lo que denominaban asexual. No era común, pero tampoco era un bicho raro, como había llegado a pensar. La ausencia de deseo sexual era una forma más de ser sexualmente, como la heterosexualidad o la homosexualidad. Zanjó el tema y, pocas veces volvió a intentar masturbarse.

            En la época en que experimentó un aumento poco frecuente de su libido, ya habían pasado el Covid-XL21 y otras varias cepas del virus y prefirió no arriesgarse buscando parejas en las apps. Aunque las había que ofrecían certificados de estar libres de virus, expedidos por el ministerio de salud; a Anne, la paranoia no la dejaba dar el paso. Entonces, decidió buscar alternativas.

            Investigó sobre formas de satisfacción sexual sin necesidad de pareja y encontró todo un mundo por explorar. Había páginas y más páginas de masturbadores, vibradores, dildos, vaginales, clitoriales, anales, con formas de hombres, de mujeres, de animales… Todo un universo desconocido para Anne y, por la cantidad de reviews vistos, usados masivamente, pues eran millones  los comentarios sobre cada uno alrededor del mundo.

            Anne decidió pedir el Ultra sensible effective adjustable penis«, el «Pene inteligente«; decía que captaba el grado de excitación de la persona basado en la temperatura corporal y nivel de lubricación y ajustaba su tamaño, grosor, velocidad y movimiento de acuerdo a los datos obtenidos.

            El aparato llegó a los tres días, con una nota:

Debido a la excesiva demanda de nuestro producto, no pudimos cumplir con la entrega en menos de 24 horas, como ofrecimos. Pedimos disculpas y le compensamos con nuestro novedoso «Ultra sensible effective adjustable pocket penis», el “pene inteligente”, modelo de bolsillo.

            Anne pensó que debían ser ciertos los cientos de comentarios que había leído de usuarios que decían haber prescindido de sus parejas humanas, una vez probado el Ultra sensible effective adjustable penis. Aseguraban tener orgasmos cinco veces más potentes y prolongados, sin correr riesgos de contagios. Se había puesto de moda que la gente se conectara con videocámaras y holotransmisores sensitivos para tener jornadas sexuales, bien en pareja o en grupos.

            Anne no llegó a participar de esas jornadas. Su apetencia no era para tanto. Probó por unas cuantas semanas el pene mágico; pero, aunque llegó a tener orgasmos satisfactorios, notó que no eran orgasmos lo que le hacía falta a su vida.

            Volvió a las terapias que había abandonado el último mes. Aunque ya no tomaba los ansiolíticos y antidepresivos que estuvo consumiendo luego de morir su padre, continuaba con la consulta cada 15 días y con las pastillas para dormir. Hacía las terapias, ahora, con una aplicación que desarrollara ella misma, a solicitud de su antiguo psiquiatra: Para cuando yo ya no esté en este plano, poder seguir ayudando a mis pacientes.

            Luego de algunas sesiones con su terapeuta virtual, Anne guardó en el closet el pene inteligente; comprendió que lo que necesitaba en su vida era compañía humana; no orgasmos. Decidió tener un hijo, sentir el calor de una mano humana y no el de motores de computadoras.

            El mundo estaba constituido por cuatro grupos de personas y un reducido grupo de control. Tres contingentes de humanos diferenciados y poco conocidos entre sí, y un círculo de poder. Algunos apenas habían oído hablar de los otros y muchos aspiraban a cambiar de grupo socioeconómico, sin saber exactamente en qué consistía esa pertenencia. Suponían que era un mundo mejor.

            Primero, estaba el grupo humano al que pertenecía Anne. Millones de personas que trabajaban desde sus casas interconectados por los cables de fibras ópticas, satélites y ondas electro lumínico magnéticas. Gente para las que las empresas, en contubernio con gobiernos, construyeron un mundo aparte bajo tierra y quienes en muy contadas ocasiones se veían forzados a salir a la superficie, bajo todas las medidas de seguridad.

            Había un segundo grupo que vivía confinado en sus casas, pero sin trabajar. Personas a las que entrenaban a distancia para mantener a raya a los miembros del tercer grupo y permanecían encerradas para preservarlas de enfermedades. Los necesitaban sanos y aptos física y genéticamente y absolutamente sometidos, psicológicamente, Este grupo humano era beneficiaro de programas de ayudas sociales, los gobiernos les administraban en los suministros de alimentos, medicamentos y vitaminas de última generación para mantenerlos en óptimas condiciones físicas y débiles y manipulables mentalmente, siempre  con la promesa de que algún día pasarían a formar parte del exclusivo mundo subterráneo; que, mientras tanto, permanecieran encerrados en sus hogares y su generoso gobierno les haría llegar todo lo necesario para vivir.

            Lo único que los gobiernos les pedían a cambio era que, cuando alguien del exclusivo mundo subterráneo, solicitase un hijo, ellos se lo suministrasen. De esa forma, acumulaban puntos para acceder al privilegiado exclusivo mundo subterráneo y sus hijos tendrían garantizado un porvenir de comodidad y vida segura.

            Al principio, la gente protestó. Sentían que les quintaban parte de su ser. Fue entonces cuando los gobiernos comenzaron a poner psicotrópicos en el agua y con la excusa de las pandemias, pasaban camiones de fumigación ambiental en los que agregaban micro cápsulas tranquilizantes. Fueron controlando las protestas, hasta que llegó un momento en que las personas no desarrollaron afectos especiales por sus hijos. Asumieron que estaban allí para proporcionar hijos a los del mundo subterráneo, no sentían apego por sus crías. Cuando el gobierno necesitaba un niño con las características solicitadas por algún ciudadano subterráneo, suspendía las dosis de anticonceptivos que suministraban en el agua y, de esta manera, permitía la reproducción controlada.

            Los que se rebelaban, iban a parar castigados al tercer grupo humano, de donde sólo saldrían al morir. Una vez en esta categoría, aunque sus integrantes no lo sospechaban; ya no tenían vuelta atrás.

            Los tercecos, como los llamaban despectivamente, eran quienes tenían que realizar los trabajos «sucios», debían seguir saliendo a la calle, exponerse a las diferentes mutaciones de los virus, cada vez más letales, para desarrollar los trabajos que no podían hacerse a distancia a través de computadores o no los habían podido sustituir por máquinas.

            Producían los alimentos, manejaban las máquinas de extracción y producción de materiales para la construcción, la fabricación de ropas y calzados, el cultivo de plantas genéticamente modificadas con las que se perfeccionó la industria farmacéutica produciendo efectivos psicotrópicos y vitamínicos. Los tercecos hacían todo el trabajo manual y de mayor esfuerzo físico para que los gobiernos pudieran garantizar la subsistencia de los del segundo grupo y las comodidades del exclusivo mundo subterráneo.

            Esta gente provenía en gran parte de su propia reproducción. Aunque las tasas de mortalidad tanto de neonatos como infantiles, y de adultos de este grupo eran altísimas, había unos cuantos que lograban sobrevivir y al tener edad suficiente, tomaban los puestos de sus padres. Como la supervivencia de este grupo era más baja, los gobiernos no controlaban su reproducción; pero los niños tercecos no eran aptos para pasar al exclusivo mundo subterráneo, pues eran incontrolado foco de virus.

            Sobre estos tres conglomerados, se encontraba un reducido grupo de control. Los países, luego de pugnas ideológicas y guerras más virtuales que reales, pero con alto poder de control de la voluntad humana, quedaron reducidos a 33. Los más grandes y desarrollados tecnológicamente fueron absorbiendo a los menos aptos, cuando no eran estos los que solicitaban voluntariamente anexarse.

            Los países eran dirigidos por presidentes políticos, que se alternaban en el poder, por acuerdos preestablecidos, y por los dueños de grandes corporaciones. En muchos casos, las corporaciones y los políticos eran las mismas personas y sus parientes.

            Hacía mucho había dejado de importar la tendencia ideológica o religiosa de cada país. Los directarios, presidentes y empresarios, acordaron que lo que importaba era mantener el poder y control de los miembros del exclusivo mundo subterráneo, de los segundos y de los tercecos. Daban igual ideologías o religiones. El único dogma era el poder.

            Anne desconocía por completo toda esa organización. Ella solo recordaba, del mundo en la superficie, a la gente aglomerada en tiendas, bares y parques. Y que un buen día, terminaron todos confinados tras las puertas y paredes de sus casas, debido al viejo Covid-19, que ahora era inofensivo, pues las vacunaciones masivas anularon su efecto letal.

            Cuando Anne decidió que quería un hijo, que un niño llenaría ese vacío que sentía en su vida, que confundió con deseo sexual; empezó a buscar en la web una página que le suministrase un niño.

Recordó que, como habitante del exclusivo mundo subterráneo, sólo tenía que entrar a la web, rellenar el formulario con las características del hijo que deseaba y, en nueve meses, tendría en su portal, con todos los sellos de garantía y desinfección debidos, el bebé solicitado.

            Aunque había varios portales que ofrecían el servicio de delivery, Anne prefirió irse por lo que consideró más seguro y sin riesgo de tráfico ilegal. Pero no recordaba el nombre del portal. Lo había visitado una vez hacia años, por curiosidad.

            Mientras hacía la búsqueda, le saltó una ventana emergente que hablaba acerca de la manipulación de la voluntad de las personas a través de las antenas satelitales de tecnología 15G3.5.

            Los gobiernos se han compinchado para mantener a la gente aletargada a través de las antenas de telecomunicación. Todo comenzó con aquel viejo Covid-19, que no era más que una frecuencia de las antenas que atacaba directamente a las personas, produciéndoles aparentes síntomas agravados de influenza; cuando en realidad eran las ondas de las antenas, del antiguo 5G, las que afectaban a la humanidad. Los gobiernos lo sabían, pero el negocio con las teleoperadoras, más las ingentes sumas de dinero que ingresaban los laboratorios de las farmacéuticas produciendo medicamentos para las enfermedades y luego los millones de vacunas, hicieron que callaran, al tiempo que entendían que una pandemia era la forma más efectiva y menos costosa de mantener a la población bajo absoluto control, apoyados en productoras de televisión cada vez más perfeccionadas y popularizadas…

            Anne no quiso seguir leyendo. Recordó algo que comentaron cuando surgió el Covid-19 acerca de que era un engaño. Que no era tal virus, que el virus no existía. Cuando le comentó a su padre, él la tranquilizó explicándole que todas esas cosas no eran más que fake news y teorías conspiranoicas.

            Luego, se empezó a hablar de los controles de la información vía restricciones en redes de palabras claves que bloqueaban automáticamente, ciertos contenidos. También escuchó algo acerca de que todo el contenido de internet era filtrado por la «Unión mundial de gobiernos contra las noticias falsas«, surgida como una iniciativa de los gobiernos para evitar la zozobra y ansiedad del pueblo, generadas por la información.

Los gobiernos del mundo decidieron unirse y sólo permitir el acceso a informaciones y series que afianzaran la tranquilidad de la población y reforzarán su sensación de bienestar y felicidad. En ninguno de los tres grupos humanos debía haber descontento ni sensación de infelicidad o insatisfacción. De eso se encargarían a través de la distribución masiva de psicotrópicos en el agua, de las fumigaciones diarias y controlando todo el aparataje comunicacional, incluyendo producciones de películas y series.

            Anne estaba feliz con su encierro y no creía que su felicidad de debiera al control de los gobiernos. Ella había pasado y superado sus etapas depresivas. No daba crédito a esas teorías conspiranoicas.

            Nunca había sentido ni curiosidad ni necesidad de salir de su casa. Ahora, sólo necesitaba un poco de compañía humana. Por fin, entró en cigüeñaexpress.gov, metió los datos en la página, anotó las características que deseaba y el portal le mostró unas imágenes en 3D de cómo sería su hijo.

            Su corazón se aceleró al ver las fotos del niño. Agregó «David» en el campo donde le solicitaban nombre del pequeño y leyó por encima las cláusulas:

            Los niños se otorgan de manera gratuita. El adquiriente de un niño se compromete a cuidarlo, educarlo y entrenarlo en su misma destreza y ocupación, para que pueda, en el futuro, servir, de remplazo en las labores que desarrolla el adquiriente. El gobierno, siempre, será el propietario del niño, cedido en concesión al adquiriente y, a través de convenios con la empresa que contrató al adquiriente, efectuará supervisiones periódicas. Verificará que todo marche de manera óptima en la crianza del niño adquirido…

            Anne, marcó la casilla de aceptar, puso su firma digital y le dio a enviar. Inmediatamente, recibió una respuesta:

            Su pedido ha sido recibido correctamente. En nueve meses, 3 días y 13 horas, recibirá en el portal a su hijo David. Guarde este mensaje como comprobante para cualquier futura reclamación. Gracias por preferir a cigüeñaexpress.gov.

            Para Anne, hasta el día cuando llegó David, la noción del tiempo se refería solamente a las horas de estar despierta o de estar dormida. Le daba igual si pasaban cuatro horas o dos días. Por eso no le dio importancia al tiempo que tardó en llegar su pedido del pene inteligente.

            Pero, desde que apareció David, su sentido del tiempo cobró otra dimensión. Era la hora de alimentar a David, quien llegó con un aprovisionamiento de leche maternizada deshidratada para un año, con instrucciones precisas de cómo y cuándo suministrar cada dosis. Era la hora de bañar a David; era la hora de llevar a David al “parque«, al cuarto de juegos virtuales: para subir al columpio, al sube y baja, a la noria, al tobogán, darse un chapuzón en la piscina… O era el día de la semana en que vendría el tutor de David a supervisar al niño.

            Esa hora de supervisión del niño a solas con el tutor, se le hacía eterna. 60 minutos a la semana en los que David no era su David, era el niño del gobierno, entrenado por su tutor.

            Anne notaba, ahora, que el tiempo había pasado rápidamente. No podía creer que ya su hijo cumpliría siete años. David había hecho que su vida tuviera un regusto a felicidad. Una forma de felicidad que nunca había sentido. Hasta el día en que adquirió a David, ella no se sentía especialmente feliz o infeliz. Sus días transcurrían sin sobresaltos. Todos igualmente planos. Ahora, la risa de David era un subidón, cuando asomó su primer diente fue una fiesta. Sus primeros pasos le sacaron lágrimas de alegrías.

            Mamá, mamá, ya aprendí a matar superficientes rebeldes, gritó David desde el «parque».

Anne, que estaba viendo cómo se cocinaba una omelete, se hacían arepas de harina de maíz, como las que preparaba su abuela, y se fundía queso, todo a la vez en el asistente de microondas inteligente, se sobresaltó con el grito entusiasmado del niño.

Ella apenas conocía de los superficientes. Nunca había querido saber nada del mundo de la superficie. De hecho, no entendía esa diferencia entre humanos de la superficie y subterráneos, su piso estaba en la superficie; aunque las salidas a la calle estuvieran tapiadas y sólo se conectara por los ascensores hacía los sótanos y túneles, ella también venía de la superficie.

Anne no lograba entender cómo supo el niño de los seres de la superficie ¿Cómo es que David está hablando de superficientes? ¿Habré escuchado mal?

            Anne fue al cuarto de juegos, escuchó el chirrido del columpio y el murmullo del ruido ambiente del parque, miró el muaré Vasarely de la pantalla que iba de pared a pared, le pidió las gafas a David y, al ponérselas, vio, en primer plano, el cañón de un arma de rayos láser que apuntaba hacia una multitud de personas harapientas, esqueléticas, que se movían como aquellos llamados zombis que recordaba haber visto en las viejas películas que le gustaba mirar a su padre en una plataforma que llamaban YouTube.

            Anne disparó. El zumbido del láser que lanzaba varios disparos al mismo tiempo, semejaba al chirrido de los columpios de su infancia. Los cuerpos caían al tiempo que saltaban de sus bocas, por los aires, los dientes de los zombis. Aunque con las gafas de realidad virtual no podía ver la realidad, instintivamente, giró la cabeza hacia donde estaba la grieta en la ventana. Recordó las sombras, se parecían a esos que acababa de matar con el láser. En la pantalla apareció un aviso parpadeante:

            ¡Felicitaciones, usted ha eliminado a 10 superficientes rebeldes y revoltosos! ¡Con estos ya suman en su cuenta 17 eliminados! Es usted un ejemplar hijo de la patria. Al alcanzar los 100 superficientes rebeldes eliminados, su gobierno le enviará a casa una medalla de reconocimiento por su efectivo servicio al país«.

            David aplaudía emocionado a su lado, mirando hacia la ventana.

Golcar Rojas

Madrid, 2020.

Mudanzas de la luna, de Sebastián de la Nuez

15 agosto, 2020 § Deja un comentario

Esa extraña sensación con la que uno despierta cuando ha tenido un sueño muy vívido. Ese corto tiempo en que uno se termina de despertar, pero aún está en el sueño y no tiene muy claro si lo que ha vivido fue real o un sueño. Esa es la emoción que me ha quedado en el cuerpo al terminar de leer los ocho relatos que componen el libro Mudanzas de la luna de Sebastián de la Nuez, ganador del Premio de relato corto Isaac de Vega, 2018 y publicado por PRE-TEXTOS en 2019.

A veces sueño que voy caminando descalzo por el pasillo, siento el suelo de listones de madera quejumbrosa bajo los pies. Es Obispo Codina, n.° 3, primera planta, donde vivíamos con mi madre pues mi padre se había marchado rumbo a La Guaira para hacer las Américas, como decían entonces.

Así empieza el libro de relatos de Sebastián, es el inicio: Yuri, una historia en clave autobiográfica, con un narrador en primera persona que cuenta su infancia, habla de un niño que sueña con ser cosmonauta, que entabla una «amistad» con Yuri Gagarin, a quien le cuenta que está enamorado y a quien llama por teléfono cuando está en el baño para consultar o comentarle cosas.

Un niño cuyo ensimismamiento recuerda mucho el propio ensimismamiento de Sebastián, cuando uno lo observa como ido, incluso, cuando conversa con uno, De la Nuez, parece irse a ratos, quedarse en alguna frase que el interlocutor ha dicho, para luego volver. Tal vez, se pierde por momentos en sus sueños con coches de alta gama o con la piernas de alguna chica que le gusta.

Yuri viene a ser la primera mudanza, la primera fase de la luna, la máscara inicial de muchas otras máscaras que nos encontraremos a lo largo de la lectura de Mudanzas de la luna.

Luego, vienen Mientras estabas en pausa, un relato marcado por el humor crítico y punzante de Sebastián de la Nuez, que cuenta la frustración de un fanático de las redes que graba un ataque terrorista y al final se da cuenta de que no grabó nada porque la cámara estaba en pausa. Hecho del cual, al final, también saca provecho. Es lo que tienen los influencers.

En Corriente de entusiasmo tan dinino, Sebastián nos muda hacia Venezuela, hacia las protestas contra el régimen, nos habla de una chica que protesta y una guardia nacional que acosa, persigue, violenta a los jóvenes. De una chica a la que nunca le dirá que le gusta, a la que no tendrá oportunidad de preguntarle si le gusta la poesía, porque se irá del país.

Es llamativa la relación que plantea De la Nuez con las mujeres. Sus personajes, en reiteradas oportunidades, no logran concretar una relación amorosa. A lo más que llegan es a la declaración. Luego puede haber como respuesta una risa, una invitación a un trago o un café, nada más.

En Un mediodía en la casa natal de Hemingway, nos muda, el autor, hacia Oak Park, cerca de Chicago, a visitar la casa natal del escritor norteamericano, Ernest Hemingway. Es un relato cargado de humor negro, una crítica mordaz al mundo actual, crítica que hallamos en casi todos los relatos de esta serie.
En este relato me sorprendió el cambio en un momento dado de la voz del narrador. Un ingenioso juego con el hilo narrativo que, a mi juicio, funciona muy bien al pasar, por sólo un párrafo, de la primera persona, a la tercera. Recordé en ese instante a José Balza. Es como un guiño de distanciamiento para luego retomar el relato en primera persona.

Y entonces, Sebastián de la Nuez nos muda a Nueva York con cadencia de jazz. Extraña fruta es, sin duda, uno de los mejores relatos de Mudanzas de la luna. La ambientación, la recreación de Billie Holiday, la cantante negra influencia de cantantes posteriores, drogadicta y alcohólica que muriera a causa de la heroína a los 44 años es una pieza maestra.

No, no se centra el relato en las desgracias de las adicciones de la Holiday, al contrario, pasa de ellas. Pero la ambientación de Nueva York, del submundo de la gente del jazz, es magistral, con la infaltable referencia a esa terriblemente bella y fuerte canción «Strage fruit» en la que la hermosa negra, Lady Day, con voz de mezzo soprano, que a los 12 fumaba marihuana y a los 16 ya cantaba en bares, habla de los árboles con sangre en las frutas y en las raíces. Canción considerada en 1999 por la revista Time como la mejor canción del siglo XX

Extraña fruta es un relato que cala hondo. En este, una vez más, el protagonista no logra conquistar a Billie, pero pasan una noche inolvidable luego de que el pinchadiscos distinguiera de acera a acera, en la calle 42, a la cantante, parada junto a un farol. No falta en el relato la presencia del bar B. B. King y tiene una simpática referencia a una Janis Joplin mal hablada y dispuesta. Recordemos que ambas cantantes murieron jóvenes a consecuencia de la heroína, aunque Janis tendría unos siete años cuando murió Holiday.

En Lugares comunes, un «Don Escritor Marginal» nos lleva desde Barcelona hasta Cartagena en Colombia en una mudanza que se entreteje con sueños y fantasías a partir del descubrimiento en el Instituto Cervantes de la obra de Max Aub.

Aquí, una vez más, la seducción frustrada está vez por la traición de Lourdes. La crítica de Don Escritor Marginal a los lugares comunes, es detallada. A sus propios lugares comunes y el relato cuenta con un onírico homenaje al pintor Alirio Palacios, quien con sarcasmo e ironía le reclama a Don Escritor Marginal que se hubiera quedado con el cliché, cuando lo entrevistó y no con la historia real de un hombre nacido en el Delta. Dice Antonio López Ortega, en la solapa del libro: La construcción de un personaje llamado Don Escritor Marginal es, ya de por sí, una proeza. Una ingeniosa y humorística proeza.

Doncel es una palabra en desuso:

Del cat. donzell, y este del lat. vulg. *domnicillus, dim. de domnus ‘señor’.

  1. adj. Dicho de ciertos frutos y productos: Suaves, dulces. Vino doncel. Pimienta doncel.
  2. m. Joven noble aún no armado caballero.
  3. m. Chico o mozo.
  4. m. Hombre que, después de servir de paje en su niñez a los reyes, pasaba a servir en un cuerpo especial de la milicia.

Este nombre ha quedado, creo yo, para denominar algunas esculturas como la del Doncel de Sigüenza, pero no se usa comúnmente.

Sebastián de la Nuez rescata la palabra en el último relato de Mudanzas de la luna. Donceles del café de Gijón es un retrato costumbrista del Madrid de tertulias en bares y cafés. De reuniones de amigos que discuten, si no hay discusión no son españoles en un café, de donceles que se juntan con unas cañas o unas copas a desarmar el mundo y volverlo a armar. El relato me recordó mucho a La colmena, de Camilo José Cela, diría que viene siendo un homenaje al autor quien además es directamente mencionado por los tertulianos del bar.

La capacidad de Sebastián de la Nuez para ambientar las narraciones, para trasladarnos a sitios y épocas es impresionante. Con la marca de la crónica periodística, materia en la que es ducho, Sebastián nos presenta unos relatos cargados de un humor picante, cáustico, crítico, reflexivo, marcados por un excelente ritmo y un impecable uso del lenguaje.

La mirada de Pablo

28 marzo, 2018 § 2 comentarios

Tenemos mas de dos horas sin luz. La noche esta fresca. La brisa del lago mueve el sonajero de metal que tintinea sin parar sobre mi cabeza. En la obscuridad de mi balcón, cierro los ojos y veo la mirada de Pablo.

Más de dos horas de apagón hoy. Ayer fueron tres cortes eléctricos, cada uno de más de dos horas. Y antier no sé cuántos apagones ni cuantas horas estuvimos sin luz. Ni el día anterior. Ya no recuerdo desde cuándo estamos viviendo esta cotidianidad de calor y tinieblas. Abro los ojos y recuerdo la mirada de Pablo.

Pero, hoy no maldigo. Hoy, no tengo arrechera. Hoy, a pesar de la oscuridad, no me enfurezco. Será por la brisa del lago que refresca y el tintinear del sonajero que me relaja, mientras leo «Medio sol amarillo», la novela de esa autora africana de nombre impronunciable e inescribible que brilla en la pantalla de mi smartphone.

Miro los edificios a oscuras y sobre el tintineo del sonajero, llega una música de algún vecino que debe estar bebiendo cervezas en la oscuridad y desgastando la batería de su equipo con una melodía de perreo que dice

«A mi me gustan mayores,
de esos que llaman señores,
de esos que te abren la puerta
y te mandan flores…».

No sé si es esa canción la que me trae a Pablo a la memoria. O será la oscuridad, que me confirma este largo y cruel socialismo que padecemos. O los apartamentos a oscuras que veo desde mi balcón, con sus ventanas convertidas en manchones negros en los que adivino gente tratando de dormir, gente tratando de olvidar el mal día en el banco; en las colas del supermercado; en las farmacias, derrumbándose ante los precios imposibles de los medicamentos. Tal vez una mezcla de todo eso hace que piense en Pablo. Con su pelo escaso y blanco y esa mirada opaca en sus ojos.

Tras esos ventanales negros y sin reflejos, tal vez hay gente que hace el amor, con cuerpos hechos sopas de sudores salobres, para olvidar el apagón.

En uno de esos apartamentos, tal vez esté Pablo. Con su mirada lánguida y triste, pensando en sus hijos que se fueron con sus nietos. Se fueron en busca de un presente para ellos y de un futuro para sus hijos. ¡Hartos de las miserias del socialismo! Cansados de colas, vicisitudes, carencias, hambre, mendicidad, miedo…

A Pablo Montiel lo conocí al poco tiempo de llegar a Maracaibo. Era un hombre pausado, de voz suave y sonrisa tímida. Siempre estaba bien vestido y de humor estable. De buenos modales, un poco amanerado. Un hombre culto. Arquitecto. Casado. Tenía un buen carro último modelo. Profesor universitario, investigador y prestado a la administración pública con el sueño de recuperar para la posteridad los valores artísticos de la ciudad. Promocionar, apoyar y difundir la producción artística de la región. Renovar y conservar los museos y galerías de la ciudad, preservar las pocas construcciones destinadas al arte y ampliarlas. Aumentar las colecciones y mejorar las condiciones de conservación de las obras de arte.

Nunca vi molesto a Pablo. Nunca me pareció un hombre de pasiones. Más bien, un tipo demasiado ecuánime. Un hombre al que nada lo sacaba de sus casillas ni lo hacía levantar la voz o decir groserías.

Para Pablo, la vida era la tranquilidad de su hogar y la estabilidad de su trabajo. Su ambición era la conservación del acervo artístico de la ciudad y del patrimonio cultural del país. Sólo eso lo movía. Poco tenían que ver la política y la ideología en la vida de Pablo Montiel. Se consideraba un hombre de izquierdas, pero sin radicalismos ni apasionamientos. Y si un gobierno de derechas le ofrecía un cargo o una oportunidad de poner en práctica sus sueños de conservación de las artes plásticas y de los museos, no dudaba en trabajar con ese gobierno. La política y la ideología no fueron nunca pilares determinantes en su vida.

Fue así como, al principio, apoyó la elección de Chávez. Pablo fue uno de los muchos que le compró al teniente coronel sus ideas de justicia social y de lucha contra la corrupción. Su discurso de izquierda, pero que se alejaba y diferenciaba del socialismo cubano diciendo, cada vez que le preguntaban, que lo de Cuba era una dictadura.

Cuando le ofrecieron a Pablo un cargo en el gobierno de Chávez en Caracas, lo pensó mucho antes de aceptar. Ya estaba muy decepcionado de la forma como el teniente coronel ejercía el poder. Pero le ofrecieron un cargo al que siempre aspiró. Un puesto desde el cual podría realizar su sueño. En Caracas, ocupando el cargo de director de Museos, podría ver materializado su sueño de preservar y difundir el valor y la historia del patrimonio plástico del país.

A pesar de sus resquemores por el autoritarismo de Chávez y los visos de seguir los pasos de la tiranía de Fidel en Cuba, Pablo aceptó el cargo que le ofreció. Era demasiada la tentación de poder llegar a donde siempre había soñado. Al fin y al cabo, él haría su trabajo sin importar el rumbo que Chávez le diera a su gobierno. Pablo no tenía ninguna responsabilidad política en el gabinete. Su cargo era institucional y haría todo lo posible por cristalizar su sueño patrimonial en el país.

Con la advertencia de que no toleraría que en su despacho se metiera la política y la ideología, aceptó el cargo. Chávez se comprometió a respetar la independencia del organismo y Pablo se sintió tranquilo al ver que su labor no se vería empañada por la manera como se dirigían los destinos políticos del país. Yo no me meto en política, lo mío es la historia, las artes plásticas y el patrimonio del país.

Pero, poco duró la tranquilidad. Pablo pronto descubrió que en los regímenes socialistas a la cubana, si tú no te metes en política, la política se mete en tu vida.

Primero fueron exigencias de hacer que los empleados de la institución fueran a marchas y concentraciones de Chávez. Tenían que calarse las horas de discursos del comandante cada vez que este lo exigía. Los trabajadores tenían que abandonar sus puestos dos o tres veces por semana para acudir, con su camisa roja, a los mítines del comandante. Pablo les decía que fueran si querían, que no era obligado. Aunque sabía muy bien que cada vez era más una orden y una imposición, que una invitación.

Él mismo, más de una vez, se vio obligado a asistir o participar en los interminables «Aló, presidente».

Hasta el día en que Chávez decidió que iba a intervenir unos edificios del patrimonio histórico del país para convertirlos en cualquiera de las locuras que a él se le ocurrían. Ya allí si Pablo reaccionó. Le advirtió que su proyecto no sólo atentaba contra el patrimonio de la nación sino que era inconstitucional.

Pero, el comandante era la Constitución. No había nada que se interpusiera entre él y su voluntad. Lo que él decía se hacía, aunque fuera contra las leyes y la Constitución. Y Pablo, eso, no lo podía tolerar. Dejando advertencia en un informe de porqué no se debía ejecutar el proyecto, presentó su renuncia y regresó a su cargo de profesor titular de la Universidad, en Maracaibo.

Se juró nunca más volver a trabajar con ningún gobierno. No sospechaba entonces que no vería otros gobiernos, pues el chavismo planeaba perpetuarse en el poder. Para no amargarse la vida, decidió no saber nada de lo que el régimen hacía con edificios y obras del patrimonio nacional. Se alejó de los museos para no ver en lo que los convertían la arbitrariedad y la desidia. Si quieren convertir Miraflores en un invernadero de cultivos hidropónicos, la Casona en un gallinero, la casa de Misia Jacinta en un CDI, que lo hagan. Ya esas no eran sus luchas. Pueden hacer de la Galería de Arte Nacional un modulo de Barrio Adentro, o un supermercado Bicentenario en el Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber. Su salud mental valía más que pelear con un régimen sordo y bruto.

Pasaron 10 años. Pablo se jubiló en la Universidad. Vio como su vida se fue volviendo cada vez más básica y precaria. Su salario de jubilado cada vez valía menos. Tocaba echar mano de los ahorros para poder comprar las medicinas y la comida. Su carro seguía siendo el mismo, año tras año. Lejos había quedado la época en que cada dos años cambiaba de modelo de automóvil. Su miranda se fue tornando mustia.

Hace pocos días, me conseguí a Pablo en la cola de un supermercado. Su franela desvaída, sus bermudas curtidos. El pelo blanco. La mirada sin brillo. La sonrisa triste. «Nos quedamos solos», me dijo tratando de tragar el nudo en su garganta. «Nuestros hijos se fueron con sus hijos. Aquí sólo quedamos mi esposa y yo. Ya no tenemos edad para irnos y empezar de cero. Pero ellos tenían que irse. Debían irse por ellos y por sus hijos. Ahora, vivimos de lo que nos pueden mandar. No tenemos ya como cubrir nuestros gastos con la jubilación que no llega ni a 10 dólares. El aire del carro se me echó a perder en estos días. Repararlo cuesta 10 millones de bolívares que no tengo. Ando sin aire y con miedo de ir con los vidrios abajo por la inseguridad…».

El viento sigue haciendo sonar el tintineo metálico del sonajero de tubos plateados sobre mi cabeza. La noche sigue oscura, hoy no hay luna. El reggeton del vecino cayó. Sólo hay oscuridad y el tilín tilín del móvil de tubos. Miro los edificios a oscuras. Sus ventanas como parches, como manchones negros, sin luz, me recuerdan la mirada de Pablo. Sus ojos apagados, ya muertos, esperando, únicamente, que la muerte venga a cerrarlos.

Textículos del revolucionario 12

1 abril, 2017 § Deja un comentario

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“Tiene razón el Moreno Maikel, el camarada Nicolás debería solicitar la renuncia de Almagro de la OEA o sacar a Venezuela de esa vaina. Ese organismo desde que salió Insulza ya no sirve para un coño. Sólo está para hacer complot y sabotaje contra la revolución bolivariana y jugar a favor del imperio. ¿Qué es lo más grave que nos podría pasar si nos salimos de la OEA? ¿Quedarnos sin comida y medicinas? ¡Sin comida y medicinas ya estamos! Gracias a la guerra económica tan tenaz que nos tienen los pelucones empresarios. Así que peor que Cuba durante tantos años fuera de esa vaina, no vamos a estar. Y el orgullo cubano nunca se doblegó, por mucha hambre que pasaran en la isla. Fidel jamás pidió cacao y bastantes años que pasó Cuba fuera de la OEA y la isla no se hundió. Todo lo contrario salió a flote la dignidad revolucionaria».

***

“Coño, camarada, por fin le están dando un parao como debe ser a esa Asamblea golpista y pro imperio que no hace sino implorar porque vengan a invadirnos los marines. ¡Así es que se gobierna! A ver qué van a hacer ahora esos diputados ilegales sin la inmunidad parlamentaria que para ellos sólo significa impunidad. Muy bien que el TSJ les haya quitado la inmunidad porque pertenecen a una Asamblea Nacional en desacato y por lo tanto no están en el ejercicio de sus funciones. Ahora, sólo falta que metan presos a unos cuantos vende patria de esos, empezando por el lengua floja de Allup que cree que la inmunidad le sirve para insultar al camarada Nicolás y la memoria del comandante supremo y eterno. Aquí el TSJ debería aprobar hasta la pena de muerte, porque eso es lo que se merecen esos golpistas. Creen que democracia es hacer lo que les da la gana y la libertad la confunden con libertinaje. ¡Muerte a los golpistas!”

***

“Si yo fuera el TSJ, le daría a Nicolás la Constitución y le diría, ‘Ilustrísimo presidente obrero, heredero universal del legado del Comandante supremo y eterno, agarre esta Magna carta y corríjala para que se ajuste a la realidad de esta cruenta guerra económica y mediática que estamos viviendo’. Es que los constitucionalistas no podemos seguir permitiendo que en este país se esgrima la Constitución para sabotear y tratar de derrumbar el gobierno legítimamente electo. Lo que pasa es que el comandante Chávez, como era un demócrata a carta cabal, pensaba que todos eran como él, respetuosos de la legalidad y por eso aprobó una Constitución para demócratas. Y no. La oposición sigue siendo golpista y conspiradora y hay que enfrentarla con más fuerza porque se valen de artículos como el 350 y la inmunidad parlamentaria para azuzar a la gente y tratar de tumbar al gobierno”.

***

“–Marica, viene mi hijo a comel y en esta casa la nevera está como er Guri, pura agua y con er bombillo quemao. Tendrás argo en el huelto que nos enseñó a hacé la revolución pa’ que me eches un cable ahí. Es que tú sabes que mi hijo se güervió escuálido y si llega y ve que no tengo que comé empieza a jodé polque él dice que eso es curpa de Nicolás. Ni abriéndole la cabeza y gritándole adentro logró que entienda que es curpa de la guerra económica y der desgraciao del Lorenzo Mendoza y sus empresas peluconas. Pásame ahí lo que sea, un primentón, una ahuyama, dos tomates.
–Ay, chama, en el huelto hay, no te lo voy a negá. Pero no es pol no dáte, lo que pasa es que anoche subí y esa vaina estaba plagada de ratas meando y cagando todas las holtalizas y vegetales. Es que como el camarada arcarde está en la batalla con los poltugueses usureros de las panaderías, no se ha podío ocupá de recogé la basura y er barrio está cundío de ratas y zancudos patas blancas.
–No impolta, marica, pásame esa vaina que yo la lavo bien y la cocino con bastante leña, polque er gas nada que me llega. Con eso, yo le doy de comel y no me calo la cantaleta escuálida y que todo es curpa der rrréeeeegimen”.

***

“Ya podemos hacer elecciones y darles por la jeta a los escuálidos que dicen que aquí no hay democracia, porque no votamos. Ahora, hacemos las elecciones de lo que sea y que después el tesejota, que es en verdad el poder supremo, el que tiene la última palabra, diga quiénes de los elegidos sirven y pueden quedarse en el cargo para el que fueron elegidos y quienes no. Se les acabo la manguangua a los escuálidos de mierda que creen que porque los eligen por un carajazo de votos pueden hacer lo que les da la gana. Qué el tesejota se encargue de limpiar todas las instituciones de golpistas, vende patrias y pitiyanquis que sólo buscan la injerencia del imperio en nuestros asuntos. Aquí no pueden haber golpistas en los cargos, por muy elegidos con votos que sean. Una cosa es la democracia y la libertad y otra el libertinaje”.

***

“Yonwinkel, anda ar palque con er machete y coltas unas cuantas ramas secas de los álboles que se están muriendo por farta de agua, pa’ terminá de cociná el armuelzo. Es que lo estaba haciendo en la holnilla eléitrica y se fue la luz polque están redistribuyendo calgas y eso no se sabe cuánto pueda durá.
–Como que empezamos otra vez con el racionamiento ¿No, mamá?
–Ningún racionamiento, Yonwinkel, no inventes. Ya er ministro explicó que tienen que redistribuí las calgas pa’ evitá er racionamiento.
–¿Y por qué no terminas en la cocina a gas? ¿Qué pasó con esa, mamá, que no la has vuelto a usar?
–¿Qué va a está pasando, Yonwinkel? Es que tú vives en otro planeta. Qué tengo quince días esperando que me traigan la bombona que se acabó, pero en Pedevesa gas tienen unos saboteadores pagaos por los escuálidos y no me han podío despachá. Bueno, chico, su quieres comé, mueve ese culo y me traes las ramas. Mucho hace el presidente obrero con vendemos cada tres meses las borsas Clap pa que tengamos comía, a pesal de la guerra económica que le tiene montá er pelucón de Lorenzo Mendoza”.

***

“–Enguelbert, mi amor, trae el libro para que hagamos la tarea y enseñarte a leer, porque no quiero que te pase como a mí que aprendí a leer después de viejo.
–Ay, abuelo, y eso que dicen que loro viejo no aprende a hablar. Yo no quiero estudiar, abuelo, yo quiero ser una Pran de la patria. Si, cuando esté viejo, necesito aprender a leer, hago como usted que se metió en la misión Robinsón.
–No, Enguelbert, hasta un Pran necesita saber leer y escribir para poder anotar los nombres y teléfonos de los que le deben la causa y sacar cuentas.
– Es verdad, abuelo. Usted como aprendió a leer ya no confunde una medicina con otra, porque lee bien los nombres de las cajas.
–Ja ja tan pilas mi nieto. No, no me confundo con las medicinas porque no las he conseguido más, pero cuando el presidente obrero venza la guerra económica y yo pueda tener otra vez mis medicinas, sí voy a necesitar saber leer, como me enseñaron en la misión Robinsón gracias al comandante supremo y eterno. Gracias a él, yo sé leer y escribir. Por eso, aquí, amamos a Chávez”.

***

“Epa, Mugre, nosotros deberíamo hacé una vaca entre los privaos de libeltá a los que tanto ha ayudao la camarada Iris pa’ mandale a hacé una esquela de una media página en todos los periódicos dándole la condolencias. Esa pobre mujel debe está vuerta mielda con la muelte del Wilmito. O, mejol, les aumentamo la causa está semana, como contribución pa’ la esquela. Ya le voy a decí a lo lucero que avisen que si no quieren que los quiebre se bajen de la mula. Es que esa mujel es tan sensible, tan humanitaria, Mugre, que tiene que sabé que estamo con ella. Podemos ponele en la esquela argo como aquello que cantaba el viejo Albelto Corté en Sábado Sensacionar que era tan bonito:

“Cuando un amigo se va
queda un espacio vacío
que no lo puede llená
la llegada de otro amigo”

Pa’ que sepa que sabemo que nosotro no vamo a llená el espacio vacío que dejó Wilmito en su corazón, pero que aquí tamos pa’ lo que sarga y que nos diga a quién es que hay que echale plomo”.

Textículos del revolucionario 10

25 marzo, 2017 § 1 comentario


“–Pero, bueno, camarada, ¿pa’ónde va usté como arma que lleva er diablo?
–No me entretenga, camarada, que voy de afán, porque tengo que llegar rápido al comité del PSUV a hacerles una propuesta urgente.

–¡Caray! Muy urgente debe pa’ que ni siquiera venga conmigo a jodé ar portugués de la panadería, que le vamos a expropiá esa vaina por usurero, especulador y colaborador de la guerra económica. Ya estamo jartos de esos extranjeros que vinieron con una mano alante y otra’trás y se hacen ricos hambreando al pueblo y sin trabajá…

–Después hablamos, camarada que no llego a la reunión y quiero proponerles a los camaradas que todos los revolucionarios donemos un día de salario para pagar el bufete que contrató en Estados Unidos el camarada Tareck para defenderse de la infamia de los gringos en su contra. Es que eso debe ser muy costoso y el pobre de dónde va a sacar para pagar esa vaina.

–Ah, bueno camarada, dígales ahí a los compañeros que yo doy dos días de lo que se venda en la panadería que estamos ocupando pa’esa causa”.

***

«-¡Juniol! ¡Juuuu niooooolll!
-¿Qué mamáaaaaa?
-¡Anda a la panadería y me compras 20 canillas, mi amol!
-¡¿Veinte canillas, mamá?! ¿Es que tenemos fiesta o invitaos a comé?
-¡Sí, claro! están las cosas como pa’ invitá gente a comé. Muchacho pendejo. Es pa’ aprovechá que desde que el Consejo Comunal ocupó la panadería están vendiendo baratas las canillas. ¡Gracias al presidente obrero y a la revolución! Las compramos a 250 bolos y las ponemos en la mesita del polche con los plátanos y las vendemos a 800 mil. Es que Nicolás piensa en todo. Si no nos puede da plata, pues nos da la opoltunidá de conseguila.

-Mamá, ya no hay pan. Se acabó a la media hora de que lo sacaron y ya hay gente en cola pa’ comprá el de mañana.

-¡Claro, Juniol! Tuelmundo quiere aprovechá las ventajas de la revolución, Vajavé que mañana habrá pan en toas la mesitas de la calle. Anda a hacé la cola pa’ mañana, yo te llevo ahora un guarapo y un plátano cocío pa que cenes allá».

***

“Huysh, camarada, usté no simagina lo que aprendimos en ese jimulacro de junami que tuvimos. Esuera como de pilícula, camarada. Jalimos todos pa’ juera, pa’ la orilla e la laguna y ahí jue donde nos dieron la jinstrucciones. Menos mal que la revolución se preocupa por enseñarnos esas téinicas de jupervivencia, porque aquí en el páramo si es verdá que si llega a habé un junami desos nos morimos toítos. Lo que quedó pendiente pero jeguro que ese va a ser el prócimo curso, es cómo una jamilia puede sobreviví cuatro meses con una bolsa Clap que trae dos paquetes diharina PAN, un kilo ‘e pasta, un kilo ‘e leche, un kilo ‘e café y dos kilos de azúcar. Juera bueno que la revolujión nos enseñe eso prontico, porque los muchachos los tengo como desnutríos y ya me dijeron que en la prócima bolsa Clap no viene leche. Pero de verdá que si no juera por la bondá del prejidente obrero ya nos juéramos muerto dihambre. A lo mejor la prócima bolsa Clap tarda un poquito, porque como le mandaron unas a Perú pa’ ayudar a esa pobre gente que je quedó sin con qué comé… Cuando llegue la luj voy a repasá bien esos apuntes del jimulacro del junami pa’ que no je me olvidé. ¡Patria, jocialismo y vida! ¡Venjeremos!.

***

“¡Carma, camaradas! No tenemos pan polque los escuálidos que mandaron los de Primero Justicia y de Voluntá Populá vinieron y nos jodieron los holnos con su protesta violenta e inracionar. Vayan a si en arguna otra panadería de las que tomó la revolución consiguen y no nos peleen a nosotro. Recuelden que er socialismo se construye es peliando y peliando es que vamoja vencé por eso, el gobielno retiró a los Gualdias de aquí polque estaban muy pangolas pa’ repelé a los marisquitos de la ultraderecha y Belnal y Jolge nos mandaron a los colectivos de paz pa’ que se jodieran en esos coños. Hay que sabé contra quién es que hay que peliá. Si arreglamos los holnos volvemos a hacé pan, si no, pues tendremos que ocupá otra panadería polque con er pan der pueblo que no se metan».

***

“Verga, camarada, yo te digo una vaina. Es verdad que la inseguridad está atrinca, pero tampoco para el escándalo que se tienen los escuálidos, «¡Aquí la vida no vale nada!» Verga, todo por hacerle el juego a la guerra mediática y por buscar injerencia extranjera en nuestros asuntos internos. Fíjate que a mí me han quitado en la ruta que hago para supervisar mis negocios, nueve carros. Una vez hasta me metieron desnudo en la maletera del carro y me dejaron  botado por el carajo viejo, porque no tenía real para darles a los choros. Pero aquí estoy, vivito y coleando. Si la inseguridad fuera tan violenta, como dice la ultraderecha apátrida, ya me hubieran matado. Pero, los escuálidos viven gritando ¡Yo me voy de este país porque la inseguridad no me deja vivir! Más exagerados. Ahora les dio porque están horrorizados por la banda de dizque niños de Sabana Grande que asesinaron a los sargentos, una cuerda de drogadictos es lo que son y bien chimbos esos sargentos a los que jodió una coñita de 15 años con una navajita. ¡Ah, pero eso es culpa del rrrrèeeeegumeeennn! Que estaban hasta el culo de crack y los sargentos se descuidaron es lo que es. Eso no es inseguridad bestial, como dicen los escuálidos.”

***

«–Camará, nosotros deberíamos, una vez que telminemo de expropiá las panaderías a los poltugueses esos que vinieron a hacese ricos a costilla de la especulación y la usura y ahora juegan a la guerra económica, cuando ya el pan sea del pueblo, inos a rescatá la Asamblea ilegal y en desacato, como dijo el presidente obrero. Rescatá esa vaina de una vez polque no puede que esos coños estén pidiendo que vengan extranjeros a intervení en esta patria. Camará, tenemo que echale bola ya a la unión cívico militá. Pero esues pa’yer polque ellos creen que polque ganaron con un coñazo ‘e votos sus curules, el país es dellos. Y hasta dicen que la calta Interamericana tiene más valor que la Constitución Bolivariana, qué bolas tienen esos bichos. Esta paz la vamo a defendé a golpe y tiros si hace farta».

***

“–Camarada, se avecinan tiempos buenos. Nicolás sí sabe cómo mantener al pueblo contento.  Ya tú sabes que la gasolina escasa es tremendo buseness. ¿Te acuerdas de aquella vez que revendíamos hasta a 800 bolos el litro que nos costaba una puya? Imagínate ahora con los precios que tiene, a cómo la vamos a vender. Si esa vez nos metimos una bola de billete, ahora hasta para París podremos ir. Y encima, nos van a dar celulares inteligentes. Podemos pasar por cadena de whatsapp la lista de los productos de las bolsas. Clap que vamos a vender desgrananditos y cuánta gasolina tenemos y el precio. Y cualquier vaina, si hay una emergencia o la cosa se pone peluda con los reales, vendemos el celular y lo reportamos como robado para que nos lo repongan, porque cómo vamos a trabajar sin teléfono. Es que de verdad, la revolución es lo mejor que nos ha podido pasar”.

Simulación

17 febrero, 2017 § 1 comentario

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Fotografía de Fernando Bracho Bracho

Sacó del baúl del desván:
El camión de bomberos regalo de tío Rogelio
La patrulla de policía con luces y sirena de cuando cumplió 10
Y su vetusto disfraz de cowboy

Con la vieja manta de algodón azul
Escondió de nuevo la Barbie despeinada
Que su hermanita “perdió” hacía 20 años

Y cerró de nuevo el cofre.

«La Leo»

6 diciembre, 2015 § 3 comentarios

 

Maniqui original1.1

Leo sólo tiene dos intereses —obsesiones, más bien— en la vida: la peluquería y el sexo. Y en ninguna de las dos actividades parece satisfacer sus apetitos y ganas por completo ni sentir cansancio cuando se presenta alguna oportunidad o bien para atender una frondosa cabellera o para echar un buen polvo.

A Leo le conocí, y en este caso el pronombre indefinido tiene una justificación plena; pues, al principio, nunca sabía si dirigirme a Leo como «Él» o como «Ella». No parecía encajar en ninguno de esos perfiles binarios —varón/hembra, hombre/mujer, macho/hembra— a los que estamos habituados. Bueno, decía que le conocí cuando su apariencia era completamente andrógina. No había rasgos definitivos en su cara o cuerpo que permitieran decir a qué género pertenecía.

Era como un flamboyán cuyas flores al ponerlas junto a una rosa roja, se ven anaranjadas y, al colocarlas junto a un capacho naranja, se ven rojas. Cuando Leo se ubicaba junto a un hombre, se veía absolutamente femenina a pesar de sus cabellos cortos. Pero, cuando se encontraba junto a una mujer, parecía un varón hermoso y adolescente.

Así era cuando le conocí en la peluquería que quedaba a dos locales de mi agencia de viajes, en el mismo centro comercial Lago Mall, donde había empezado a trabajar y a donde yo acudía una vez al mes para cortarme el pelo.

Cuando le vi la primera vez, no podía dejar de mirarle. En mi cabeza binaria de macho y hembra, no lograba encajar un ser que no era ni una cosa ni la otra. Le miraba los ojos brillantes color café, las cejas gruesas y recortadas, la nariz de base un poco ancha pero respingada en la punta y los labios ni finos ni gruesos. Siempre se vestía con una franela de algodón Ovejita color blanco ceñida al cuerpo y con yines azules ajustados y de bota tubito que le hacían una cintura envidiada por cualquier mujer y dibujaban a la perfección un culo redondo y en su lugar. Llevaba zapatillas tipo All Star de corte bajo y en su oreja izquierda, un arete.

A veces me sorprendía escudriñando en su busto tratando de adivinar unas incipientes tetas. Cuando Leo me descubría la mirada fija en su pecho, me sonrojaba y esquivaba su mirada. Con el tiempo, nos fuimos conociendo y haciendo amigos.

Me llegó a gustar esa apariencia andrógina. «Tú eres como los ángeles», le decía, «No tienes sexo» y Leo se carcajeaba. De verdad su carita era angelical y su delgada contextura le proporcionaba una apariencia frágil e indefensa.

En las tardes, cuando Leo no tenía clientes en la peluquería y yo tampoco en mi agencia de viajes, se dejaba caer por mi local para tomar café. Así me fue contando su vida. Una vida intensa a pesar de apenas rozar los veinte años.

—A mí lo único que me apasiona en esta vida, es hacer cortes, peinados, tintes y secados de cabello y tirar con hombres. Lo demás puede faltarme, pero que no me falte una buena pelambrera para trabajarla y un güevo que mamar. Lo demás es todo accesorio.

Leo vivía con su mamá, viuda desde hacía unos cinco años. Su casa era humilde y estaba ubicada en un barrio pobre y peligroso al oeste de Maracaibo. Leo se hacía cargo de su vieja y de todos los gastos de la casa. Por eso había empezado a trabajar en estilismo casi desde su niñez, pues era para lo que sentía que tenía talento y lo que le permitía subsistir y llevar a su casa el pan de cada día.

—A mí toda la vida me gustó la peluquería. No recuerdo que nunca hubiese dicho que quería ser otra cosa que no fuera peluquero. Bastantes coñazos que me llevé cuando pequeño por eso, porque mi papá se enfurecía cuando me descubría peinando las muñecas de mis primas. Y más arrechera le daba cuando me regañaba y yo, que siempre he sido alzaíto, le gritaba que iba a ser peluquero aunque él no quisiera. Ahí venía siempre el coñazo en la cabeza. Cuando me ponía a hacerle moños a mamá y a maquillarla, el pobre viejo se ponía rojo de la ira. Pero mamá le decía que dejara estar, que  a nosotros nos gustaba jugar así.

Leo, en mitad de la conversación, saltaba de la silla y cruzando una pierna sobre la otra giraba sobre sí mismo, extendía sus brazos como alas a la altura de sus hombros con las palmas hacia arriba y decía sonriendo: «¡Yo soy así!».

El cambio en la apariencia de Leo se fue dando paulatina e imperceptiblemente. Se empezó a dejar crecer el pelo. Se sacó las cejas, dejándolas cada vez más finitas y arqueadas. Mantenía sus TShirt Ovejita blancas y los yines, pero los zapatos los fue cambiando por modelos más o menos unisex, tipo mocasines de monja con un poco de tacón. Se dejó crecer las uñas y empezó a cubrirlas con brillo y en la boca también se comenzó a aplicar brillo labial. Cada vez iba dejando más atrás su apariencia de varón andrógino para parecer más una chica. A mí me agradaba el cambio.

—Es que yo siempre he querido ser mujer. Mejor dicho, yo siempre he sido una mujer. Desde pequeñito me miraba al espejo y me veía como niña. Cuando supe bien la diferencia entre los varones y las niñas, me incomodaba mirarme y ver que entre las piernas tenía eso, que me ponía del lado de los varones y no de las niñas que era como me sentía. En la escuela era una tortura cuando me obligaban a hacer la fila de los varones para ir al baño. ¡Me daba tanta vergüenza que los niños me pudieran ver! Claro, la incomodidad duró hasta que descubrí que podía ser divertido. A los ocho años, en segundo grado, un día que fuimos al baño, me tocó orinar junto a un chico que siempre me había gustado. Él era mi novio, aunque él no lo sabía. Pedrito, se llamaba. Cuando estábamos orinando los dos en el cubículo, le agarré el pipí. Pedrito me miro y sonrió y el pipicito se le puso tieso de una vez. Ninguno de los dos sabíamos qué se podía hacer luego de eso, pero nos encantó la sensación y, cada vez que podíamos, buscábamos una excusa para ir juntos al baño. Un día, después de orinar, le dije a Pedrito que se recostara a la puerta del cubículo para que no la pudieran abrir, le bajé los pantalones y le chupé el pipí. Sabía a entre amargo y ácido, a orín fresco y olía como a tierra húmeda. A mí me encantó tanto el olor como el sabor. Todavía hoy, cuando siento esos olores, me devuelvo a esa época y me excito. Pedrito cerró los ojos y se dejó chupar el pipí. De pronto, empezaron a tocar la puerta del cubículo porque nos estábamos tardando mucho. Pedrito se subió el pantalón y salimos con la cara enrojecida. La maestra nos miró con cara de desaprobación, pero no dijo nada.

Leo se levantó de la silla, dio su vuelta de bailarina de revista y dijo, abriendo los brazos en cruz: « ¡Yo era una perrita feliz! A los ocho descubrí que me gustaba mamar güevo». Luego se sentó de nuevo, y contó:

— Cuando tenía unos 10 años, en mi familia acostumbrábamos a ir a casa de la abuela a almorzar los domingos. A mí me hacía siempre mucha ilusión porque  entonces estaba enamorado de mi tío Enrique, el menor de los hermanos de mamá. Siempre buscaba estar cerca de él. Me sentaba en sus piernas y frotaba mi culito contra su bragueta. Él no lo tomaba a mal. No me hacía mucho caso. No le daba importancia. Después de almorzar, siempre dormíamos la siesta. Yo me metía en la cama de tío Enrique y dormía con él. Cuando veía que ya se había dormido, acercaba mi cara a la de él de modo de que los labios quedaran juntos, rozándose y así me dormía. Pero un domingo no aguanté más y mientras él dormía, le bajé el short y empecé a mamarle el güevo. Me encantó cómo el pene, fláccido al principio, empezaba a ponerse duro dentro de mi boca. Se lo chupé un buen rato. Él se despertó y trató de apartarme, ya estaba tan excitado que no tuvo voluntad de hacerlo y se dejó hacer. Esa fue la primera vez que me tragué la leche en mi vida. Y fue la única vez que pude realizar mis fantasías con mi tío. A partir de allí, el muy malparío no quiso volver a dormir siesta conmigo y eran pocos los domingos en los que se quedaba en la casa. Debe ser que en esa época no mamaba yo muy bien, porque si lo agarro ahora, se queda con los ojos hundidos y se enamora de mí.

Yo me reía mucho con los cuentos de Leo. Me encantaba su sinceridad y desparpajo. Leo contaba todo como si no hubiera sido un sufrimiento en ningún momento. Su vida era como una broma todo el tiempo. Incluso cuando le hacían bullying, le gritaban cosas en la calle, la empujaban y maltrataban, Leo se reía. Les respondía con una vulgaridad y no parecía acusar recibo del insulto.

—Es que el problema no lo tengo yo. El problema lo tienen ellos que son tan pobres de espíritu que para poder encontrar un sentido divertido a sus vidas tienen que burlarse de quienes somos diferentes o tenemos otros gustos. A mí me gusta mucho como soy. Como voy siendo. Me miro en el espejo y cada vez me parezco más a la imagen que tengo de mí en mi cabeza. En el barrio ya dejaron de joderme. El día que llegaron unas viejas brolleras a decirle un poco de pendejadas de mí a mamá y ella les dijo que nada de lo que le decían era nuevo para ella. Que yo le contaba todo y que más valía que les pusieran reparo a sus hijos que, muy machitos y todo lo que quisieran, pero más de uno había pasado por esta boquita. Yo la escuché cuando les decía «En lugar de estar pendientes de lo que hace Leo, o deja de hacer, pelen el ojo con sus muchachos porque creo que pueden terminar siendo suegras de mi Leo. Que a esos coñitos los he visto sonsacando a Leo». Hasta ahí no más. Ni las viejas ni sus hijos se metieron más conmigo. Yo empecé a peinarlas y secarlas a ellas y a cortarle el pelo a los manganzones de los hijos. No joda, si yo le he mamado el güevo a más de la mitad de esos carajos. Y a los otros no, porque no me gustan, pero más de uno que se soba la entrepierna y me mira con ganas cuando paso. Pero, guácala. Son unos bichos muy feos. Prefiero mamárselo al chimpancé del Parque Sur.

Leo se apareció en una oportunidad en mi agencia con el pelo recogido en una cola de caballo, la franela Ovejita la había cambiado por una blusa celeste medio transparente y se había puesto un sostén azul oscuro con relleno. Los zapatos eran unos botines de tacón de aguja, sus yines pegaditos, las uñas largas esmaltadas de rosa pálido, los labios rosados también. Una línea negra de delineador en el contorno de los ojos y las pestañas con rímel. Se veía linda. Era una mujer y estaba buena y provocadora. Ese día se acabó mi conflicto para nombrarla. Al verla, decidí que ya nunca más sería «Él». A partir de ese momento siempre sería «Ella», «La Leo».

No me parecía justo que después de todo lo que había pasado y sufrido para encontrar su identidad de género, yo siguiese refiriéndome a esa linda chica que tenía en frente, como «Él».

Cuando se lo comenté, los ojos se le llenaron de lágrimas. Me abrazó. Le dije que estaba bella.

—Gracias. Me siento bella. Por fin, hoy, me miré al espejo y por primera vez, me sentí bella y me sentí yo. La imagen del espejo nunca se había parecido tanto a mí, como hoy. Me acordé de la primera vez que con nueve años, me vestí de mujer con un vestido de mamá. Me puse sus tacones y me maquillé. Yo estaba solo en casa y se suponía que mis padres no llegarían aún. Vestido y pintarrajeado como una puta, me miré al espejo y me veía bella. Esta sí soy yo, pensaba mientras modelaba y daba vueltas frente al espejo. De pronto, sonó la puerta de la casa. ¡Mis padres estaban llegando y yo vestido y maquillado! ¡Papá me mata si me consigue así! Corrí, me metí en el escaparate y cerré la puerta. El corazón se me iba a salir por la boca. No quería ni respirar para que no me descubrieran. Cuando sentí que entraban al cuarto empecé a rezar para que no se les ocurriera abrir el escaparate «Que se vayan, Diosito. Que se vayan ya. DiostesalveMaríallenaeresgracia…». Cerré los ojos bien apretados y recé todo lo que había aprendido en el catecismo. Rezaba y apretaba cada vez con más fuerza mis ojitos pegoteados por el rímel. El corazón parecía un redoblante. De Pronto sentí que, a pesar de tener los ojos cerrados, entraba un resplandor. Entreabrí los ojos poco a poco y vi a mamá parada en frente con las manos en la cintura. « ¿Qué se supone que estás haciendo ahí disfrazado de puta barata, Leo? —Dijo mamá, golpeando el piso con la punta del pie—. Si tu padre te ve así, te mata a palos y a mí me manda pa’l carajo. Anda a quitarte esa ropa y a lavarte bien la cara». Ese día entendí, por qué la expresión «Salió del closet». Yo, literalmente, estaba saliendo del closet con mi mamá. Bueno, como buen pobre, yo no salí del closet; salí del escaparate, porque en mi casa no había closets. Ese fue un secreto entre mamá y yo. Papá nunca supo nada. Tampoco se enteró nunca de que mamá había decidido ese día enseñarme a maquillarme y a peinarme «Porque de verdad, Leíto, esa pinta de putica no te queda nada bien».

Leo siguió su transformación. Ya no quedaba ni rastro del varoncito que alguna vez había sido. La dueña de la peluquería que al principio la peleaba para que no se pusiera tacones ni se maquillara, poco a poco se fue resignando a tener de empleado a un «transformista», como le decía. No le gustaba mucho la idea, pero Leo era de los mejores estilistas que tenía y no iba a ser fácil reemplazarla si se molestaba por su rechazo y se iba.

Pero la transformación de Leo no era solo física. A cada cambio de su apariencia, parecía acompañarlo un cambio en el carácter. Se iba volviendo más huraña y agresiva con la gente. Hosca. Sus respuestas eran muchas veces desagradables y hasta soeces. A pesar de que trabajaba mucho y con el placer habitual porque su oficio siempre la hacía sentir feliz, no parecía encontrarse a gusto nunca. Mientras secaba el pelo, peinaba y maquillaba, estaba dócil y atenta, pero el resto del tiempo siempre tenía respuestas destempladas. En su barrio, para no aburrirse, les decía a las vecinas que pasaran para secarles y plancharles el pelo. Si objetaban que no tenían plata, les contestaba que no importaba, que les fiaba. Sólo se sentía calmada y contenta mientras manipulaba cabezas, tijeras, tintes y secadores.

El dinero no le alcanzaba. A nadie en el país parecía alcanzarle. Leo tenía muchas responsabilidades con su mamá y con el mantenimiento de su casa y la plata no le rendía. Todo se iba en pasajes, medicinas y comida.

A la estrechez económica, se le unió el malestar en la peluquería porque a la dueña le llegaban cuentos de que Leo se metía en los baños con los dependientes de otras tiendas del centro comercial y los dueños se quejaban. Una vez, la consiguieron haciéndole sexo oral a un vigilante debajo de una escalera y se armó un escándalo. El condominio le pidió a la dueña de la peluquería que hablara con Leo porque si su conducta continuaba de esa forma, se verían obligados a echarla del mall. Leo sólo levantaba los hombros y les decía que ella no le hacía daño a nadie con eso y que si la habían visto era porque eran unos brolleros, porque ella y el vigilante estaban bien escondidos debajo de la escalera y nadie que no anduviera buscando ver, podría haber visto nada. La gente podría hasta pasar por su lado que no se darían cuenta de nada porque «Yo soy muy discreta cuando mamo güevo en lugares públicos».

Leo se empezó a hormonar por su cuenta. Después de haber estado en un grado de feminidad que se podría decir «perfecto», bella y buenota. A ella aún le parecía que le faltaba perfeccionarse. Un día me dijo:

—Quiero ponerme ya las tetas, pero cuestan un cojón de cobres. Y ahora necesito primero operar de vesícula a la vieja. Todo lo que había reunido para las lolas, voy a tener que ponerlo para operarla porque el médico dice que si seguimos esperando, se puede complicar. ¡Pero me falta todavía plata!

Las cejas se las tatuó larguísimas. Se ponía una base blanca que la hacía lucir como una geisha tapa amarilla y se echaba demasiado blushón en las mejillas. Los labios se los ponía de un rojo puta, nada discreto. Cuando le comenté que me parecía que ya se estaba pasando con el maquillaje, que parecía una drag queen, se molestó conmigo. De nada valió que le dijera que era por su bien, que ella era linda y no necesitaba ponerse más maquillaje para verse más mujer, «Tú estás más buena que muchas mujeres de chocho puesto por Dios», le decía. Pero ella no se sentía satisfecha y no le gustaba que yo opinara al respecto.

En su desespero por el dinero para la operación de la mamá, fue a hablar con Adán, el dueño de la zapatería, un hombre joven y apuesto que tenía bastante dinero. Era propietario de una cadena de zapaterías de marca y de otros cuantos negocios más. Le pidió dinero prestado y Adán se lo dio. Como mes y medio después, ya con su mamá operada de vesícula y recuperada, se apareció aceleradísima por mi agencia.

— ¡No te imaginas lo que me acaba de pasar! Cuando venía entrando al mall, vi la camioneta de Adán que iba hacia el sótano. Como tenía el dinero para abonarle lo del préstamo, le hice señas para que parara y entregárselo. Entonces me dijo, «sube, estaciono y entramos luego juntos». Pues me subí en la camionetota, Adán subió los vidrios que ya sabes que no son ahumados, son noche cerrada, y se estacionó en su puesto. Yo saque la plata para entregársela y él me dijo que cuál era el apuro en pagarle. Que si necesitaba el dinero lo usara que él no tenía prisa y, de pronto, sin insinuar nada siquiera, se bajó el cierre y se sacó el güevo. ¡Estaba cachúo! «También hay otras formas en las que podrías pagarme esos reales», me dijo sobándose la pieza. ¡Dios! A mí se me hizo agua la boca al ver aquel animal hermoso, cabezón, rosadito, y sin pensarlo dos veces, me lancé y le di una mamada que lo hizo bufar como un toro. Él me agarró por las greñas y me empujaba contra su entrepierna. Dos veces me hizo arquear porque el coño tiene semerenda pieza, tan grande y gorda que hasta para esta glotona fue mucho. Al rato acabó, y me dijo: «Ya no me debéis nada, Leo. Cuando quieras, te presto más». Mijito, yo estoy que floto en vez de caminar. A ese papachongo yo se lo hubiera mamado gratis y con gusto. Y si me pide matrimonio, me caso. Más ahora que conozco el tamaño del conejo que se gasta. ¡Ese coño es el que me va a pagar las tetas!

Yo por un momento pensé que se trataba de un embuste de Leo, porque ya en varias oportunidades la había descubierto mintiendo con historias sexuales. Era como si no le bastara con las anécdotas que eran ciertas, de vez en cuando, se inventaba algunas fantasías y las contaba como si en verdad hubieran pasado. Estaba casi seguro de que era el caso con Adán, que era un tipo casado. Dos veces, para más señas y con hijos en cada uno de sus matrimonios. Pero un día los vi conversando y vi como la miraba. Entonces, supe que todo era verdad.

Cuando Adán llegó a mi agencia un día para recoger unos boletos para Europa que había reservado, le dije con picardía: «El otro día te vi muy entretenido con la Leo».

—Verga, y cuál es el peo si esa caraja es más mujer que muchas mujeres con las que me he acostado. Está tan buena, que soy capaz hasta de mamarle el güevo porque eso es como chupar un clítoris grande. Esa vaina es un mujerón. Ya quisieran muchas mujeres de verdad tener ese culo que se gasta la Leo. Yo ya le dije a la mujer mía que debería hablar con Leo para que la enseñe a mamar bien ja, ja, ja.

En efecto, Adán le pagó las tetas a Leo, 500 cc en cada pecho; pero, al poco tiempo, ya a Leo le parecían pequeñas. Quería ponérselas de 800 cc, en contra incluso de la opinión del cirujano que le decía que eran demasiado para su contextura.

A partir de ese momento, Leo empezó a prostituirse. Seguía con su oficio de peluquera, pero encontró en la prostitución un filón con el que podía ganar más dinero y más rápido que con el estilismo. A la dueña del salón de belleza ya no le gustó más esa nueva faceta de Leo. «Yo le he tolerado todo. Hasta que ahora sea una mujer con tetas más grandes que las de la hija mía, pero puta sí que no podré tolerarlo. Me moriría de vergüenza si una clienta me reclamara que tengo a una puta trabajando aquí. Ya varios amigos me han dicho que la han visto en la Circunvalación en las noches, después de salir de aquí, parada en una esquina medio desnuda. Hasta aquí llegué con Leo».

Ya de la dulce imagen andrógina de la Leo que conocí recién llegada a trabajar a la peluquería, no quedaban ni señas. Su cara era la de una showcera de puticlub barato. Las tetas ya no podían crecer más. Se inyectó unos productos en las nalgas para hacerlas más grandes y se las deformó por completo. El líquido se le regó por los muslos.

Yo no volví a verla desde que la echaron de la peluquería. Una vez me comentaron que de la avenida 5 de Julio también la había hecho salir en volandas porque se metió con una puta que era del grupo de meretrices que administraba un pran de Sabaneta y la puta le juro que si la volvía a ver por su zona le sacaba las tetas con un destornillador. Leo sabía muy bien que la amenaza era cierta, porque eso se lo hicieron dos meses antes a su amiga Gabriela, que apareció muerta por los Puertos de Altagracia, con las tetas espichadas. Entonces, decidió que se quedaría por la Circunvalación para evitar.

La última vez que supe de Leo, fue una noche que venía del aeropuerto y la descubrí en la oscuridad de una esquina, parada detrás de un árbol. Supe que era ella porque me saludo al reconocer mi carro. Se acercó a la ventanilla. Su cara me pareció repulsiva. Estaba completamente desfigurada entre el bótox y el maquillaje. Los labios se los había inyectado también y tenía bultos en ellos, como pequeños abscesos cubiertos con pintura de labios. Estaba casi desnuda. Cubierta por una malla negra sin nada debajo. Un diminuto hilo dental, negro también, escondía su miembro. Su cuerpo estaba deforme. Mientras me hablaba, traté de encontrar en algún gesto a aquel “ángel sin sexo», que alguna vez conocí en el mall. No había ni rastros del rostro y cuerpo andrógino que me deslumbró entonces.

—Aquí estaré hasta septiembre. Conocí a un tipo que me va a llevar a Alemania. Un carajo que viene dos veces al año y se lleva unas cuantas transfo y putas a trabajar allá. Yo le di mi book y me dijo que en septiembre ya estaré puteando allá.

Leo cruzó un pie sobre el otro y, sin la gracia de antes, dio un giro sobre su eje. Abrió los brazos y dijo abriendo los brazos y sonriendo:

— ¡Seré una puta de alto standing!

Todo parecía un remedo mediocre de la Leo que conocí. Lamenté que la vida no le hubiera dado la oportunidad de hacer carrera en el estilismo como se merecía por su talento.

Una lujosa camioneta con vidrios ahumados más negros que la noche que nos caía encima, estacionó justo detrás de mi carro. Leo miró y dio un brinquito emocionada:

— Me voy, cariño. Ese es uno de mis mejores clientes. Un teniente narco al que le gusta que lo espuelee y me lo coja hasta que le duele el ojete. Me paga en dólares y está más bueno que tarro de nutella.

Me despedí, disimulando mi tristeza y forzando una sonrisa cómplice. Esta vez sí estaba seguro de que todo no era más que una fantasía. El viaje a Europa nunca llegaría. Miré por el espejo retrovisor y vi a La Leo batirse la melena antes de subirse, sonriente, a la camioneta del narco teniente.

Una visión apareció en el espejo. La cara de Leo se veía desfigurada por un disparo de milico entre las cejas. Encandilado por las luces de un camión que venía de frente, clavé los frenos y cerré los ojos. Aluciné un ángel de sexo indefinido jugando entre nubes, mientras en la última página de Panorama narraban el hallazgo del cuerpo descompuesto de un “transformista” en una solitaria playa de Los Puertos de Altagracia.

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Miedo escénico

11 noviembre, 2015 § 1 comentario

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Mi miedo escénico empezó en sexto grado gracias a los hermosos ojos de Luzmarina. Nunca he sido bueno para descifrar miradas por eso, todavía hoy, en mi mente, están clavados los ojos de mi maestra de tercer grado, mirándome el día del acto cultural por el Día de la Alimentación.

Se llamaba Luzmarina y de ella me enamoré perdidamente desde el primer día de clases cuando entré y la vi con su piel blanca y suave como los cuadros blancos de mi cobija recién lavada y con su pelo negro, largo y brillante como las noches estrelladas sobre el pico Bolívar.

Quiso el destino y la enfermedad de doña Clotilde, la titular de sexto grado, que me pusieran de suplente en mi último grado de primaria a mi amor de tercer grado y, cuando entré al salón y la encontré allí, nívea y con sus ojos brillantes, mi amor renació con una erección de esas que ya para entonces eran frecuentes, involuntarias, imprudentes e incontrolables.

Llegó el fatídico Día de la Alimentación. Como siempre, en todos los actos culturales, yo tenía algún papel que representar fuera para bailar, cantar, actuar o declamar, siempre las maestras conseguían un papel para mí.
Esta vez me tocaría recitar un poema al huevo. Y allí estaba yo, en el patio del Grupo Escolar Estado Lara de La Parroquia, con mi disfraz de huevo con una hermosa yema amarilla en el pecho. Listo para decir mis líneas después del plátano y antes de la piña.

Es el huevo como un sol,
un tesoro en proteína
que nos deja la gallina,
mas… ¿se come sin control?

Es rico en colesterol,
que se concentra en su yema
y puede ser un problema
si se come sin mesura,
pero la clara es segura
y de calidad suprema.

Me sabía el poema al derecho y al revés. Lo recitaba de arriba a abajo y de abajo a arriba. Empecé:

Es el huevo como un sol,
un tesoro en proteína

Y ¡Zaz! Allí estaban los ojos de Luzmarina clavados en mí. Me miraba fijamente y yo no sabía qué quería expresar con su mirada. ¿Me estará admirando por lo bien que sabe que lo voy a hacer? ¿Será que se está acordando del bulto en mi pantalón cuando la vi en el salón? ¿Tendrá miedo de que me equivoque? ¿Le avergüenza saber que estoy enamorado de ella?…

Las estrofas se me extraviaron. Los versos se me desordenaron. Traté de inventar algo sobre las proteínas y el valor nutricional de los huevos pero no conseguía las palabras que rimaran con proteína y al final solo quería que la grieta que había en el cemento bajo mis pies se agrandara y me tragara. La piña arrancó sus versos tras la seña de Luzmarina que me seguía mirando con esa mirada que no supe si era de lástima, de reproche o de asombrada admiración al ver que trataba de improvisar.

Por muchos años, me persiguió ese momento. La vergüenza era vívida al recordar la escena y quería siempre que la tierra se abriera a mis pies al rememorar.  Luzmarina no me dijo nada. Nunca me dijo nada.

Ya en la Universidad con el poema del huevo y mi fracaso olvidados y con Luzmarina echada al saco de la nostalgia, tuve que escribir un texto para la radio con motivo de la celebración del Día del Fotógrafo.

Escribí una crónica llena de humor de un pobre fotógrafo que sale en misión periodística a hacer las gráficas de un suceso y le pasa de todo. Desde un intento de robo hasta una caída en un charco, hundiendo su cara en el lodo pero manteniendo la cámara en lo alto para que no se le mojara. Antes su cámara que el rostro o la vida.

Llegué con mi texto a la cabina de la radio universitaria para entregarla al locutor, un compañero de clases, quien se encargaría de darle voz a mis líneas.

¡Terror! Favio no estaba allí, ya era la hora de dramatizar mi crónica en la transmisión en vivo y el locutor no estaba.

—¡Que lea Golcar, que lo escribió! Dijo sonriendo Sara, la profesora de periodismo audiovisual y Cheo, el profesor de fotografía, asintió con la cabeza y dándome un empujón para que entrara a la cabina porque ya era la hora de la crónica y la radio no podía quedar en silencio.

A grito destemplado, leí mi crónica. Me escuchaba la voz afectada, ronca, acelerada y con el acento gocho más marcado de lo habitual. Sentía que el sudor se escurría de mis axilas y que de mi boca salpicaba saliva para todos lados. Por el rabo del ojo, sentía que Sara y Cheo se miraban y cuchicheaban. No distinguía si comentaban «Qué bien lo hace» o «Cómo la está cagando». Levanté la mirada al terminar mi tortura y a través del cristal de la cabina vi la mirada de Cheo y Sara. Los dos tenían la misma expresión en sus pupilas. Sus ojos eran los ojos de Luzmarina en el patio del Grupo Escolar Estado Lara. Los dos me miraban con esa mirada extraña, fija, penetrante que me devolvía las ganas de ser aspirado por la tierra. Los dos tenían en sus órbitas oculares esa mirada indescifrable de mi maestra de tercero y sexto grado.

Esa misma mirada con la que ahora me miran ustedes.

¿Dónde estoy?

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