Tarde de domingo con Patricia Mateo en su estudio

14 septiembre, 2020 § Deja un comentario

Hay en el taller de Patricia Mateo, frente a las mesas de trabajo, un cuadro que lo confronta a uno, que nos observa casi desde cualquier lugar del estudio.  Se trata de un autorretrato pintado al óleo sobre un espejo. Ella, la artista, con bata azul de trabajo y mirada penetrante, se baja un poco las gafas para interrogarte con los ojos. Es un juego interesante sin duda, pues la pintura te mira, te escudriña, mejor dicho, al tiempo que uno la ve a ella y se ve a sí mismo reflejado en el espejo.

Esa pintura. Por cierto, es la imagen que Patricia Mateo tiene como avatar en su wasap.

-No sé cual de mis hijas querrá heredar ese cuadro, porque no sé si algún yerno querría tener en casa a su suegra confrontándolo todo el tiempo con la mirada.

Es que de confrontación va la cosa. Patricia Mateo nos confronta con su obra, nos descoloca, nos hace pensar acerca de cosas que no pensábamos, nos hace reflexionar sobre el arte y sobre la vida.

Hay otro cuadro pintado sobre un espejo, que muestra a un hombre con un niño a caballo sobre sus hombros. Ambos tienen expresión de divertirse, ríen en señal de estarla pasando teta y uno no puede evitar reír con ellos al verlos divertirse y al descubrirse a uno mismo dentro del juego, deformado en el reflejo, gracias al efecto óptico producido por el metacrilato base.

Y en el baño del estudio. Otro hombre en el espejo, retiene la respiración y cierra los ojos, encoge las piernas dobladas entre sus brazo y se lanza, tal vez a una piscina, a una cama elástica. Su cara es de gozo. Y detrás de él está uno, que lo mira, que se mira. Es siempre un juego entre uno y la obra.

Pero esa fue una etapa en la que la artista pintaba sobre espejos, jugaba con el oleo sobre cristales. Se/nos divertía con juegos de reflejos e imagen. Es que Patricia trabaja el humor. Su pintura nos hace sonreír mientras nos incita a pensar.

La artista se apropió de los clásicos de la pintura, hizo una serie de reproducciones de cuadros de los maestros en tamaño postal: El Greco, Goya, El Bosco, y los intervino con pequeños detalles contemporáneos, sacando la obras de su contexto y seriedad habitual. Es que Patricia creció viendo esas obras. Visitaba los museos y, en cada ocasión, le hallaba detalles nuevos. Se divertía hallando nuevos personajes en las obras del Bosco. Esa admiración por los maestros, la juntó con su pasión por los comic y tebeos y de allí surge su obra. Por eso, no es difícil encontrarse dentro de una copia del Bosco, un Mortadelo de Ibáñez asomado en algún lugar. La afición por los comics y tebeos se la contagió su padre. De Allí surge “Boscobañez”, el proyecto en el que Mateo interviene las obras de El Bosco con personajes e imágenes de las historietas de Ibáñez.

Al unir esas dos aficiones, los maestros de la pintura y el tebeo, Patricia asume la obra clásica como un elemento a ser intervenido, resignificado. Son clásicos del renacimiento, pero no sagrados. Por eso, Mateo juega con ellas, ironiza,  les da nuevos significados introduciendo elementos en esas pinturas que mirábamos como a estampitas de santos en los libros de estudio. Al final, es humor lo que hace Patricia Mateo, humor con una exquisita técnica, un uso particular del oleo sobre superficies lisas como los espejos de los que hablaba al inicio y sobre madera. Soportes sobre los que no necesita usar abundante pintura. El resultado final es una pintura que a simple vista parece una impresión fotográfica.

Algunos, al ver las postales en Instagram, se pensaron que eran fotografías intervenidas y empezaron a copiarlo pero digitalmente. Fue entonces cuando Patricia decidió trabajar en grandes formatos la misma idea.

En clave de sátira e ironía, Mateo nos presenta un San Juan Bautista del Bosco, jugando un solitario con barajas,  a una Bia de’ Medici, llena de besos de la abuela en el retrato “Hoy vino la yaya”. Encontramos a un duque de Urbino del díptico pintado por Piero della Francesca, al que le cuelgan de la inmensa nariz, unas gafas de ver de cerca, atadas con un cordón sujetador con formas de  manos de Mickey Mouse y un Paracelso de Quentin Metsys, sosteniendo una especie de menú de Kentucky Fried Chicken, KFC.

Hay en la obra de Patricia Mateo, además de mucho humor e ironía, un manejo de lo pequeño dentro de lo grande, de los contrastes de tamaños, realmente deslumbrante. Su obra juega con las proporciones y el espacio. Transmiten una sensación de serenidad y equilibrio y al mismo tiempo una inquietud por la fragilidad de ese equilibrio que hace que uno sienta que en cualquier momento se puede romper. Los objetos pequeños sobre grandes superficies pintadas, parecen levitar y sostenerse en equilibrio unos gracias a los otros, como figuras funambulescas sobre la cuerda floja. Si todo marcha bien, el equilibrio se mantendrá; pero si alguno de los elementos llegara a dar un paso en falso, sobrevendía un caos.

 Crónica que no fue

Pero, esto no pretendía ser una reseña de la obra de Patricia Mateo, que es mucho más que lo que yo he descrito en estas líneas. Esto se suponía que sería una crónica de una privilegiada visita dominguera al estudio de la artista en la calle Nicolás Morales; pero la fascinación por su obra me pudo.

Teníamos hablado desde hacía días que haríamos una visita para conocer el estudio de Patricia y no podido ser, hasta este domingo. Llegamos sin pérdida. Patricia estaba allí esperándonos. Es un amplio espacio que Patricia comparte con el fotógrafo José Luis López Moral, con quien ha hecho una yunta realmente interesante a realizar obras en conjunto: López Moral realiza las fotografías que luego son transferidas a soportes de madera y es entonces cuando Patricia, las interviene.

El espacio del estudio es amplio, abierto, luminoso,  con unas deliciosas vistas de la ciudad y del cielo de Madrid. Las obras de ambos artistas están dispuestas por todo el lugar, con un orden y una pulcritud realmente sorprendente.

Al entrar, a Mano izquierda, nos encontramos con una Duquesa de Alba de Francisco de Goya, que juega con el perrito como si se tratase de un yo-yo y a su lado, el Caballero de la mano  en el pecho del Greco, se toma una selfie con su móvil.

Frente a estos dos personajes, están dispuestos los libros de la colección Fueradcarta, un proyecto editorial con libros de colección en pequeño formato, con obras de diversos artistas plásticos contemporáneos. Son realmente una joya para coleccionar y regalar. Libros de los que se editan artesanalmente sólo 100 ejemplares numerados y firmados por el artista, cada uno acompañado por una obra original.

Al pasar ese pequeño hall de entrada, nos topamos, a la izquierda con un recibidor con dos sofás y una mesa de centro frente al inmenso ventanal por donde entra toda la luz de Madrid. Y a la derecha un gran mesón, vigilado por la mirada inquisidora del autorretrato de Patricia que controla desde su espejo todo el espacio.

Patricia es una excelente anfitriona, nos enseñó su trabajo, nos mostró el estudio, nos habló de sus diferentes etapas como creadora, una vez que luego de haber levantado a sus hijas, decidió retomar el camino del arte, abandonado por un tiempo luego de haber hecho Bellas Artes.

En el estudio no hay un espacio que no lo sorprenda a uno. Hay objetos de todos los tamaños. Proyectos andados y otros en camino. Con Patricia hablamos de la vida, de nuestras vidas, de la de ella y de la nuestra. Nos recibió con patatas fritas cacahuetes y tinto de verano. Nosotros llevamos unos manolitos y, así, entre picoteo y parloteo, pasamos la tarde. Nos regaló un ejemplar de la colección Fueradcarta, una pequeña joya con sus obras que nos dedicó cariñosamente.

Cuando ya estábamos listos para salir a dar un paseo por el barrio y caminar por el hermoso puente de Toledo, guiados por la artista, mientras caía la tarde, Patricia se me acercó con dos cuadros de marcos blancos, “Toma, les regalo esto. Es de Buero Vallejo”.

En el trajín del momento, uno de los cuadros cayó al suelo, los recogimos y nos dispusimos a salir. Yo no grabé en ese instante lo dicho por Patricia. Vi que se trataba de un díptico. El retrato de un hombre hecho en dos partes. Cuando ya íbamos en el tren a casa, saqué los cuadros para observarlos. Lo que en un principio pensé que se trataba de una composición fotográfica, resultó ser un dibujo hecho al carboncillo, pintado sobre un soporte poroso que le da una textura como de grano fotográfico y con un cuidado detalle realista en la ejecución. Es una obra hecha hace un par de años por Patricia para una exposición en homenaje a Antonio Buero Vallejo, dramaturgo y escritor español, también dibujante, quien hizo a su vez un retrato de Miguel Hernández, cuando ambos estuvieron presos en el año 40. Un retrato que ha dado historia.

La tarde se hizo cobalto mientras atravesábamos en puente de Toledo lleno de viandantes. Patricia nos acompañó hasta Sol en el autobús y ella siguió andando a su casa. Hay domingos que son una fiesta.

Al leer el código QR, accedes al sitio de editorial Fueradcarta

Etiquetado:, , , ,

Deja un comentario

¿Qué es esto?

Actualmente estás leyendo Tarde de domingo con Patricia Mateo en su estudio en P(u)ateando la vida. Otro blog de Golcar.

Meta