Ópera Gran Vía

28 noviembre, 2019 § 1 comentario

«En Cloe, gran ciudad, las personas que pasan por las calles no se conocen. Al verse imaginan mil cosas las unas de las otras, los encuentros que podían ocurrir entre ellas, las conversaciones, las sorpresas, las caricias, los mordiscos».
‘Las ciudades invisibles’
de Italo Calvino

Penélope teje y cuenta, teje y habla, teje y gruñe, teje y grita, teje y enloquece

Sólo tengo claro que Penélope teje y hace ruidos con su boca

Penélope teje muñecos. Teje sus hijos como Luz Caraballo contaba los suyos

Tal vez, Penélope lo que hace con su voz es rezongar a sus niños por una tremendura o les canta una canción de cuna, para arrullar el sueño de esos hijos, tejidos frente al tráfico incesante

Pero Penélope no está sola, su laborioso tejido y su voz a contratiempo los acompaña el canto de un hombre barbado, con el rostro protegido del frío en una capucha. Un hombre de raza, sin rostro, con voz rota, rasgada por los vidrios del alcohol y el hachís. Canta a Sabina:

Y me envenenan los besos que voy dando
Y sin embargo cuando duermo sin ti
contigo sueño,
Y con todas si duermes a mi lado,
Y si te vas me voy por los tejados
como un gato sin dueño

Un hombre, borracho o drogado, o borracho y drogado, echado en la acera, recostado contra el muro de rostros gigantes de mujeres, aplaude a contrarritmo

Un gato amarillo con manchas de tigre, juega con la rama que le agita el hombre recostado al muro de Cortefiel, echado sobre cartones y viejas y sucias mantas. Es un hombre de mediana edad, que pasa sus días junto a esa vitrina con zapatos de marca y costosos abrigos, que no están hechos para sus pies ni para sus fríos. Tampoco parece estar interesado. Se ve satisfecho con lo que tiene y se resiste a las fotos

El gato deja la rama para ronronearle a una mujer que se inclina para echar una moneda en la hucha. Otro gato blanco y negro la mira y mira a su colega como sin comprender de qué va el juego

Detrás del hombre, de debajo de unas raídas frazadas, se asoman las cabezas de dos perros mestizos, que duermen calentitos en medio del frío de noviembre. Su sueño no lo perturban ni el ronroneo del gato, ni el tintineo de la moneda que cae, ni los lejanos y magistrales acordes de flamenco en la guitarra acústica del Sabina callejero. Tampoco se escucha ya la nana de Penélope, que aún teje a sus hijos

Frente al Metrópolis, mientras esperan la luz verde, un hombre, que no escucha a Penélope, ni oye al gitano, ni ve los gatos y los perros, le dice a su chica, «Te quiero«, antes de estampar un beso en sus labios y cruzar en verde, escuchando violines.

Un ‘te quiero‘ y un beso tibio en Metropolis, a finales de noviembre, con el gélido viento en los labios, siempre suenan a verdad, aunque sean mentiras

Cuatro chicas pasan riendo. Jóvenes, alegres, elegantes, con pasos coreografiados de pasarelas de moda. Son cuatro contra el mundo, como escena de Sexo en la ciudad. Carrie y sus amigas en Nueva York. Salen a comerse el mundo sin que las detengan una mujer que teje, un gitano que arranca flamenco de su guitarra y de su desgastada y viciosa garganta, un hombre con sus cuatro mascotas, tan hijos, como los muñecos que teje Penélope, o un borracho que intenta sincronizar sus manos para aplaudir, ni el te quiero pronunciado en un beso de luz roja

Un chico con americana con estampado de diminutos cuadros blancos y negros, con barba rala y acompañado de su guitarra, le coquetea a las Sex and the city que le sonríen y siguen de largo, mientras el galan continúa perdiendo su religión en medio del ir y venir de viandantes:

That’s me in the corner
That’s me in the spotlight
Losing my religion
Trying to keep up with you
And I don’t know if I can do it
Oh no, I’ve said too much
I haven’t said enough

Sobre los bancos con diseño de varas de madera, un hombre gordo y una mujer con gorro para el frío, descansan entre abrazos y besos. Ella extiende las piernas a lo largo de la tumbona de madera y le susurra al oído el coro de la canción:

I thought that I heard you laughing
I thought that I heard you sing
I think I thought I saw you try

En El número 25, como todos los días, como la torre Schweppes, como las cariátides del Instituto Cervantes, están los dos rockeros de la avenida. Con sus largas y escuálidas melenas blancas, sus tatuajes, sus pantalones apretados marca paquete, sus pulseras y sus botas. Moteros sin moto. Memoria de piel ya arrugada de la tienda Madrid rock .

Más lejos, y lejanos a todo, un hombre y su perro duermen abrazados entre unas mantas. El hombre envuelve al can entre sus brazos. Nada perturba sus sueños. Ni siquiera el taconeo de una puta dominicana que no parece tener suerte y se asoma a la avenida con su melena crespa teñida de negro, embutida en sus jeans rotos, con botas de falsa piel hasta las rodillas y los labios rojos, como los de Mae West

La meretriz regresa a su esquina de Montera con Caballero de Gracia. Pasan los viandantes. De las escaleras de Prymark suben y bajan personas en multitud, como hormigas. Vienen cargadas de bolsas como si fueran pequeñas hojas secas del otoño

La banda de audio pasa de una canción a otra, de un idioma a otro. La base sonora es un constante susurro de motores y ruedas sobre el pavimento húmedo. Un sonido de fondo sobre el que se superponen trozos de canciones y frases en italiano, en alemán, en portugués, en inglés, en parsi, en chino, en árabe, en japonés, en holandés, en rumano, en francés, en filipino…

En español. En españoles:

Parce, Parcerito, Berraquera
Apapachame, Chingón, Güey
Curuchupa, Ajumao, Cholo
Guagua, Asere, Moño virao
Pituco, Pe, Mica
Quilombo, Boludo, Bancar
Masiado me hallo, Vyro chusco,
Guarara
Chamo, Arrecho, Chévere

A la altura de Callao, suena Caballo viejo y una bandera de Venezuela ondea sobre un amplificador de sonido. Un muchacho con ojos de guarapo, canta y toca un cuatro. Canta y en su canto me recuerda que aquí estoy, en la imponente Gran Vía. Con Penélope que teje, con Sabina que canta, con el borracho que aplaude, con el hombre que ama a sus perros y gatos. Estoy, entre besos y bancos de calle, entre borrachos que acunan sus perros y putas que desgastan tacones. Y los idiomas y hablas se armonizana en un hilo con el silbido del viento frío. En conjunto, hacen una ópera callejera

Caballo viejo suena lejano, es un fade out de Simón Diaz en su inmenso llano. Tan lejano, tan perdido. Tan frío como este aire que congela mis oídos que en verdad, no quieren escuchar

Cuando el amor llega así de esta manera
uno no se da ni cuenta
el carutal reverdece,
el guamachito florece
y la soga se revienta…

Golcar Rojas
Madrid, noviembre de 2019

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