Laguna migrante

25 noviembre, 2019 § Deja un comentario

A Tulio Febres Cordero,
escribidor de leyendas
A quienes perdieron el lecho
para sus lágrimas

Cuenta la leyenda, que la laguna se muda. Que cada cierto tiempo recoge sus aguas y se traslada. Cuenta, que la laguna vive donde vive la tristeza y que cuando se muda, quedan en la tierra surcos de sus heridas

Cuenta la leyenda que la laguna nació del llanto de las indias por sus hombres, asesinados por el conquistador. Mataron esposos, mataron hijos, mataron padres, mataron hermanos…

Las indias, transidas de pena, lloraron y lloraron y lloraron hasta formar un pozo, que siguió creciendo, aumentado por las lágrimas incesantes de las indias, hasta hacerse laguna.

Las indias no comprendían. Los indios no comprendían. ¡Si eran hombres tan buenos! ¡Si esos hombres llegaron de tierras tan lejanas diciendo qué venían con buena voluntad! ¡Hasta el chimó les dimos!

Cuenta la leyenda que las indias lloraban y se lamentaban, no podían creer lo crédulos que fueron todos. Llegaron en son de paz, ofrecían espejos, especias y vestidos deslumbrantes. Les aseguraban que la vida cambiaría para bien de la tribu. Que la comunidad llegaría a ser la más importante y poderosa del imperio.

Cuando el conquistador mostró su verdadero rostro, ya era tarde. Arrasó con todo.

Dice la leyenda que las indias, sentadas sobre inmensas piedras, lloraban y clamaban a sus dioses.

La ciudad que los conquistadores habían prometido hacer florecer; arruinada, se anegaba de lágrimas.

Cuenta la leyenda que las indias permanecieron sobre las rocas y el agua salobre de sus lágrimas empezó a cubrirlas. No dejaron de llorar y mientras se ahogaban en su propio llanto, pedían a los dioses castigo para los culpables.

Dicen que, bajo las aguas de la laguna, las indias seguían llorando y esperando justicia.

En noches de luna llena se producía la ardentía. Todo lo que estaba en la superficie del agua, se iluminaba con cucuyos que nadie sabía a ciencia cierta de donde provenían. Eran los ojos lacrimosos de las indias que se asomaban para clamar al cielo.

Pero, cuenta la leyenda que, en noches de tormenta, la laguna bramaba. Un bramido grave, oscuro, fuerte, que espantaba a las aves y dispersaba a los peces. Dicen que era el bramido de guerra de las almas de los indios asesinados por el conquistador. Almas de seres asesinados por las armas, por el hambre, por la guerra. También las almas de los que tuvieron que dejar su tribu para igual morir de tristeza en tierras lejanas y las de los indios que prefirieron quitarse la vida, antes que sucumbir por la tristeza, o por hambre o por la ira del conquistador.

Por eso, cuenta la leyenda, que aquí, sobre estas resecas y agrietadas tierras. Sobre este desierto yermo, había una laguna que traía vida al poblado lleno de conquistadores y un día se hartó de la maldad de los hombres, recogió sus aguas, las embaló en nubes y se mudó a otro sitio, aún más triste. Dejando en la tierra abandonada, los surcos marcados de sus lágrimas y a los conquistadores sin agua.

—Abuela, la laguna se secó porque unos hombres de mucho poder desviaron las aguas del río para regar sus tierras.

—Era tiempo de mudanza, mijita. La leyenda no se equivoca. La laguna deambula de un sitio a otro de la tierra, porque ya no tiene lecho propio. Cuando se harta de un lugar, recoge sus aguas y se lleva sus lágrimas a otro sitio, dejando en su lugar la marca de su llanto. Sus lacrimosas aguas caben en unas cuantas nubes, como la vida de la gente en una mochila y dos maletas. Esos hombres vinieron, porque ya era el tiempo de mudanza. ¡Mira cómo están las nubes en el cielo, mi niña! ¡Cargadas de agua! Llevan las lágrimas de la tristes indias a otras tierras tristes. Pronto, en algún paraje lejano, nacerá una laguna y ese tampoco será su lugar. Con el tiempo, mija, la laguna volverá a migrar.

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